Carta desde de Colombia.
Autor: Jon Lee Anderson * Traductor: El Negro Beto.
Después de medio siglo de guerra civil, los ex guerrilleros colombianos buscan su retorno a la sociedad.
En septiembre del 2016 Carlos Antonio Lozada, comandante guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, (FARC) retornó a su hogar, al campamento en medio de la selva del vasto territorio de humedales en la llamada región del Yarí. Había permanecido durante los dos últimos años en la Habana, en una villa cercana a la casa de Fidel Castro, trabajando junto con otros líderes guerrilleros y diplomáticos colombianos para alcanzar un acuerdo de paz que pusiera fin a los 50 años de lucha insurgente – el conflicto más largo del hemisferio occidental –
El tiempo que permaneció en Cuba formando parte de la delegación para alcanzar el Acuerdo de Paz fue agotador: Una interminable sucesión de argumentos, propuestas y contrapropuestas con dolorosos testimonios de victimas de ambas partes. “Aquello fue sin parar” me dijo Lozada. Por fin, el 24 de agosto, del 2016 ambas partes llegaron a un acuerdo. Cuando el avión de Lozada aterrizó, en Yarí, los camaradas, sus cincuenta guardaespaldas personales, hombres y mujeres jóvenes que habían estado con él desde que fueron adolescentes, lo recibieron y lo saludaron en la pista de aterrizaje con una canción que habían compuesto. ”Me hicieron llorar”, me dijo. ”Hacia el final de mi tiempo en La Habana, todo lo que podía pensar era estar de vuelta aquí. Las FARC es mi familia.
Lozada me dijo esto, mientras estuvo sentado en su rancho de paja en Yarí, en el territorio que ha sido dominado por las FARC, mientras se bebía un trago de Old Parr Scotch. Los guerrilleros comunistas no son conocidos por su afán por la moda, pero Lozada, es un hombre al que cuesta encasillar, con su cabeza rapada, una pequeña panza y con un aire de dandismo. En La Habana, llevaba camisas tropicales y suéteres. En Yarí, él prefiere las camisetas rosadas, amarillo canario o de color azul del cielo. Con tales gustos burgueses, Lozada no parece ser un revolucionario marxista. Pero, a sus 56 años, es el miembro más joven del Secretariado de siete hombres que dirigen Las FARC.
Según los términos del tratado de paz, que Lozada ayudó a negociar, unos 7 mil combatientes de las FARC se someterán a un proceso de justicia transicional. A cambio de confesiones y reparaciones completas a las víctimas, todos los que cometieron crímenes de guerra recibirán ”sanciones reparadoras”, hay quienes se les ofrecerán las posibilidades de trabajar en la comunidad más que en prisión. Las FARC se convertirá en un partido político y en poco tiempo, los ex guerrilleros podrán presentarse a cargos públicos de elección popular.
Lozada, que lleva décadas moviéndose entre los diferentes frentes guerrilleros de la selva y los centros de poder urbano de Colombia, es un líder crucial para las FARC; mientras el mismo trata de reencontrarse con el mundo. Pero su historia también tiene complicaciones. El Gobierno Colombiano ha intentado varias veces de asesinarlo, la última vez fue en el 2014, cuando en un ataque aéreo del ejército colombiano en su campamento murieron 3 de sus compañeros. El Departamento de Estado de los Estados Unidos también tiene un precio de 2,5 millones de dólares por su cabeza, acusándolo de traficar cientos de toneladas de cocaína recaudando fondos para las FARC y de asesinar a cientos de personas durante la guerra civil. Al ser cuestionado por los detalles de su actividad guerrillera, Lozada, obedeciendo a un instinto de auto conservación establecido hace mucho tiempo, le gusta responder con una máxima revolucionaria diciendo: ”Tú eres dueño de tus secretos, pero tus palabras te esclavizan”.
Antes de encontrarme con Lozada había pasado durante dos semanas volando en helicópteros por todo el país, con un general del ejército colombiano y un grupo de oficiales de Naciones Unidas (ONU) inspeccionando los posibles lugares en los que la guerrilla podía concentrase para la entrega de sus armas.
El día que me encontré con Lozada estuve hablado con un grupo de jóvenes combatientes y les había dicho que se prepararan para la paz. Sonando encantado y un poco incrédulo, repetía: ”La guerra ha terminado”. La mayoría de los combatientes habían estado viviendo como fugitivos en su propio país y ahora contemplaban el regreso a las ciudades para encontrarse con sus familiares que no habían visto durante muchos años. En una granja cercana, Lozada había establecido una conexión a Internet por satélite, y se maravilló de su efecto sobre sus jóvenes combatientes. ”Eso es todo lo que hablan: conectarse en Facebook para encontrar a sus padres, o haciendo llamadas por WhatsApp”, dijo. Esa tarde, la madre de una niña que había huido para unirse a las FARC diez años antes; llegó a Yarí sin previo aviso. Cuando encontró a su hija, rompió en llantos -Durante diez minutos no dijo ninguna palabra, solo sollozaba. -Dijo Lozada-.
Pero, después de medio siglo de un círculo vicioso de conflicto, las reuniones familiares no necesariamente presagian una fácil reconciliación política. Lozada miró al horizonte desde la choza donde estábamos sentados. Muy cerca de nosotros estaba el destacamento de sus guardaespaldas, un poco más al fondo, una cocina abierta de una granja, donde cocineros guerrilleros alimentaban un fuego para preparar la cena. Al fondo, una inmensa extensión de selva verde oscura que se extendía hasta el horizonte. La escena era engañosamente pacífica. Ocultos detrás de la línea de árboles, los guerrilleros tenían sus campamentos listos para la guerra, con trincheras para frustrar una invasión terrestre y refugios para protegerse contra los ataques aéreos. Los camaradas se estaban preparando para la paz, pero también podrían volver a la guerra, si tuvieran que hacerlo, ya que era la guerra después de todo, lo que ellos conocían mejor.
Antes del nacimiento de Lozada, sus padres vivían como agricultores en una zona del centro de Colombia llamada Marquetalia – una región montañosa e inhóspita – que para la familia Lozada fue un refugio. Como muchos otros campesinos, habían venido a esta región en busca de tierra y un respiro al conflicto del país. Durante más de una década, (1948 – 1959) los dos principales partidos políticos de Colombia, Liberales y Conservadores, habían librado una brutal guerra civil en la que murieron al menos 200 mil personas, conflicto conocido simplemente como La Violencia. (Desencadenado a raíz del asesinato del Liberal Jorge Eliazar Gaitán en 1948) A finales de los años cincuenta, las dos partes pusieron fin al conflicto aceptando alternarse en el poder, en una coalición llamada Frente Nacional. Todos los que estaban fuera del Frente -especialmente la izquierda – fueron excluidos y reprimidos.
En Marquetalia, un campesino carismático llamado Manuel Marulanda organizó un grupo de partidarios marxistas-leninistas dedicados a la lucha contra el Frente Nacional. A medida que los temores de una revolución al estilo cubano crecían en la capital, el gobierno golpeó, disparó y bombardeó a los opositores. Marulanda recordó que: ”El Estado expropió granjas, ganado, cerdos y pollos de nosotros, como lo hicieron con miles de otros compatriotas”. A principios de los años 60, el gobierno, respaldado por Estados Unidos, envió miles de soldados para atacar la zona, Donde los residentes fueron custodiados por unos 40 hombres armados. Marulanda y sus seguidores huyeron y, clandestinamente, fundaron las FARC para llevar a cabo una guerra contra el Estado.
Durante aquellos años los padres de Lozada habían regresado a Bogotá, su padre trabajó como vendedor ambulante y su madre vendía arepas. Lozada nació allí en 1961, fue uno de los seis hijos de aquel matrimonio; su nombre era Julián Gallo. Su padre era miembro del Partido Comunista, y las conversaciones familiares giraban alrededor del marxismo, de Cuba y la Unión Soviética. Se unió a la juventud del Partido Comunista cuando tenía 15 años. Poco después, asistió a una manifestación antigubernamental, fue capturado, golpeado por la policía y encarcelado durante un mes. Como muchos de sus compañeros, se radicalizó. ”La lucha armada estaba a la orden del día”, dijo. Sus padres le advirtieron de no unirse a las FARC: su madre se opuso por motivos religiosos, y su padre le dijo que un chico de la ciudad como él, no estaba preparado para la vida guerrillera en la montaña. En contra de los
deseos de sus padres, Lozada abandonó la escuela y se dirigió al campo, para unirse a la guerrilla. Todavía puede recordar la fecha: 20 de octubre de 1978.
Lozada fue a adiestrado en un territorio bastión de las FARC, en una zona montañosa del Valle del Cauca, y rápidamente fue enviado al combate. Los primeros 8 meses, caminó por las montañas, durmió en el suelo y comió lo que pudiera ser rastreado, fueron tiempos duros e insoportables. Sufrió episodios de malaria y pensó en dejar de fumar, pero finalmente se aclimató. Después de tres años, las FARC lo enviaron de vuelta a Bogotá para ocuparse de las redes urbanas de la organización, a que se infiltrara en las universidades y sindicatos para reclutar nuevos miembros, reunir información, recaudar fondos y, ocasionalmente, lanzar ataques. Lozada permaneció en la clandestinidad urbana durante 19 años, llamándose a sí mismo Arnulfo, Omar, o Alberto, y bajo la cobertura de ser taxista, comerciante o vendedor. Para evitar que lo descubrieran, encontró que era mejor vivir en edificios de apartamentos, donde los vecinos se ignoraban unos con otros. Aun así, cambió de apartamento con frecuencia. Cuando le pregunté si era incómodo chocar con amigos de viejos barrios, Lozada dijo que nadie parecía sorprendido. ”Es lo que la gente hace en las ciudades”, dijo. ”Se mueven todo el tiempo.”
La vida que Lozada me describía sonaba claustrofóbica, luego me dijo que su principal frustración fue no haber terminado la escuela. En un momento dado, tomó exámenes y obtuvo un diploma de escuela secundaria, pero debido a lo que él llamó la ”dinámica” de sus deberes guerrilleros, nunca pudo asistir a la universidad. En su tiempo libre, escuchaba boleros y salsa y leía; volviendo a menudo a ”La guerra del fin del mundo” de Mario Vargas Llosa; un relato ficticio de una revuelta rural en Brasil, dirigida por una figura carismática llamada El Consejero. Los días en que no estaba trabajando, le gustaba cocinar para un pequeño círculo de amigos. Se jactaba de su asado, barbacoa al estilo argentino, que aprendió de un ”ladrón internacional” a quien ayudó en la cárcel a cambiar cheques falsos que les aseguró algunos millones de pesos.
Lozada es ambiguo acerca de los detalles de su trabajo con las FARC, pero me dijo que sus principales responsabilidades fueron ”financieras y militares”. Los ejércitos guerrilleros tienen pocas fuentes viables de financiación, a menos que sean apoyados por gobiernos extranjeros, dijo. Siempre buscábamos formas de obtener dinero”. Las FARC se sostenían a sí misma extorsionando a comerciantes y ganaderos en zonas del campo que controlaban. Más polémicamente, tomó rehenes y secuestró a gente para exigir su rescate.
A finales de los años 80, Lozada fue a Ecuador con un grupo de guerrilleros para secuestrar a un narcotraficante adinerado vinculado al cartel de la cocaína de Cali. Durante el operativo y en la mansión del narco, Lozada fungió como seguridad externa, mientras sus otros compañeros entraron, lo capturaron y lo empujaron hasta el coche que los esperaba para la huida. Mientras se alejaban, los guardaespaldas del narco comenzaron a disparar; Lozada retrocedió, y luego siguió a sus compañeros en una moto. El coche en el que escapaban no consiguió llegar muy lejos, el conductor perdió el control y se estrelló contra un autobús de pasajeros. Cuando Lozada corrió hacia el choque, vio al narco salir del coche y desaparecer en el bosque. Dentro del coche, encontró al conductor mal herido, agonizando y los otros dos compañeros en el asiento trasero ensangrentados y en estado de shock. Lozada trató de ayudarles a escapar a pie, pero estaban rodeados de hombres uniformados; detrás del autobús con el que se habían estrellado venia otro autobús, lleno de soldados ecuatorianos.
En la cárcel, Lozada declaró que simplemente había sido un espectador del accidente. Pero cuando la policía encontró su tarjeta de identidad colombiana, sospecharon algo más. Se encontró sentado en una sala de interrogatorios, con las manos esposadas a la espalda, frente a dos hombres con capuchas negras sobre la cara. Uno de ellos le mostro dos bates de madera. ”Había una grande y uno pequeño”, recordó Lozada. ”El hombre de los bates le dijo,” O.K., ¿Cuál quieres que use para sacarte la verdad? ”Yo dije:” Ninguno ”El hombre dijo,” OK”, y salió de la habitación. Volvió con un enorme bate y me lo mostró. No había dicho nada.
Le pregunté a Lozada qué pasó después. ”Él empezó a golpearme”, me dijo, sin rodeos. Finalmente, Lozada reconoció que era un guerrillero, pero afirmó que pertenecía a un grupo rebelde colombiano diferente, que ya había iniciado negociaciones de paz con el gobierno. Con la ayuda de un astuto
abogado, pasó sólo dos años en una prisión ecuatoriana y luego volvió a trabajar en Bogotá, aunque con una gran diferencia: su primer hijo había nacido mientras estuvo en la prisión.
El fiscal general colombiano ha acusado a Lozada de terrorismo. El ejército afirma que es responsable de la explosión de una bicicleta bomba que estalló en una comisaría de policía; un coche bomba en una escuela militar; una explosión en el hotel Tequendama de Bogotá; y ataques contra políticos. Los medios de comunicación colombianos lo vinculan con un ataque al Palacio Presidencial de Nariño, en el que un cohete mal dirigido mató al menos a diez indigentes (Lozada niega todos los cargos). Las FARC, justifica el uso de la violencia en un principio comunista el cual exige ”una combinación de todas las formas de lucha”. En Colombia, dicha retórica de ambas partes ha servido a menudo como cobertura para el desenfreno de la brutalidad.
A mediados de los años ochenta un comandante de las FARC llamado Javier Delgado y otro oficial formaron una fracción y comenzaron a acusar a sus compañeros guerrilleros de ser espías. En un episodio horrible, encadenaron a 164 combatientes -incluyendo algunos amigos cercanos de Lozada- golpeándolos hasta la muerte. ”Incluso filmaron algo de eso”, dijo Lozada con disgusto. Con el tiempo, los comandantes las FARC llegaron a creer que Delgado había sido reclutado por la inteligencia militar colombiana, como parte de una operación más grande para causar disturbios internos dentro de las FARC. Cuando le pregunté a Lozada qué había ocurrido con Javier Delgado, él dijo: ”Murió en la cárcel”, agregando que ”fue estrangulado con una cuerda de guitarra”.
A medida que el conflicto avanzaba, los sucesivos gobiernos colombianos mantuvieron conversaciones en busca de la pacificación, pero el Estado no siempre operó de buena fe. A mediados de los 80, las FARC acordó una tregua e integrarse como partido político – sólo para ver a miles de sus seguidores asesinados por los escuadrones de la muerte del gobierno y paramilitares. Pero las FARC hizo poco para mantener alta la moral de sus combatientes. En ese periodo secuestraban hasta tres personas al día, incluyendo terratenientes, militares, turistas, congresistas, incluso un candidato presidencial. Algunos de ellos los mantuvieron secuestrados durante años en condiciones espantosas. Eventualmente, las FARC se trasladó a la creciente industria de drogas de Colombia, cobrando impuestos a los cocaleros y a los traficantes de cocaína. Después de una nueva ronda de negociaciones de paz fracasada en el 2002, la lucha se volvió más perniciosa; Lozada se trasladó de Bogotá a la selva, y comenzó a dirigir operaciones de combate.
Ese año, (2002) un nuevo presidente fue elegido, con la promesa de aplastar a las FARC: Álvaro Uribe, descendiente de una rica familia ganadera de Medellín. El padre de Uribe había muerto en un fallido intento de secuestro, que él atribuyó a las FARC; en respuesta y después de entrar en política, ayudó a organizar una serie de grupos armados de autodefensa. Muchos se convirtieron en paramilitares de derecha, aliados con los carteles de la droga y terratenientes. Los paracos, como se les llamaba a los paramilitares, operaban en todo el país, masacrando a civiles sospechosos de lazos con la guerrilla, a veces en estrecha coordinación con el Ejército: uno de los métodos preferidos para infundir terror era matar a la gente en público.
Como presidente, Uribe negoció con los paracos, (paramilitares) mientras escalaba la guerra contra las FARC. En su estrategia ofrecía recompensas a los soldados que mataran a un guerrillero. Esto llevó al asesinato de más de 2 mil civiles, una campaña que se hizo notoria bajo el nombre de Falsos Positivos. (Campaña con la que asesinaron a civiles inocentes, haciéndolos pasar por guerrilleros) Con la ayuda de un programa multimillonario estadounidense llamado Plan Colombia, que incluía asistencia financiera y de inteligencia, una flota de helicópteros Blackhawk y un contingente de asesores estadounidenses, Uribe comenzó a dar golpes decisivos. Durante un ataque del Ejército en 2007, Lozada recibió un disparo en la espalda. Incapaz de caminar, se arrastró a través de la selva mientras los soldados peinaban el área en busca de sobrevivientes. En su agonía, contempló poner fin a su vida, hasta que fue rescatado por una guerrillera llamada Isabela. Levantó su camiseta para mostrarme la fea cicatriz en su espalda.
En 2010, Juan Manuel Santos, ministro de Defensa de Uribe, se convirtió en presidente y continuó la represión. Pero Santos, a diferencia de Uribe, esperaba ser visto como un pacificador. Al año siguiente, envió a funcionarios para reunirse con las FARC y ofrecerles una negociación. La guerrilla, perdiendo
influencia y pertenencia, estuvo de acuerdo. Al mismo tiempo, el Ejército ubicó al nuevo líder de las FARC, Alfonso Cano, un antiguo estudiante de antropología que había tomado el mando tras la muerte de Marulanda. Santos me dijo en una entrevista, que uno de sus generales le llamó y le dijo: ”Sr. Presidente, tenemos rodeado a Alfonso Cano”. Santos, que se dice que es un jugador de póquer astuto y despiadado, dijo que tenía que tomar una decisión rápida: ”Habíamos comenzado nuestras conversaciones con las FARC, y no quería arruinarlas”. Pero, razonó…, si los comandantes de las FARC estaban hablando debía de ser porque estaban debilitados por las huelgas. La muerte de Cano no cambiaría eso en nada; Incluso podría ayudar. ”Lo pensé por un minuto y luego le dije al general que procediera”, dijo con una sonrisa alegre. Y funcionó.
Un viento soplaba en las llanuras de Yarí, y el cielo se oscureció repentinamente. A lo lejos, un rayo brilló. Entonces Lozada me dijo que ese clima le recordaba las borrascas (tormentas tropicales) que aterrorizaban a la guerrilla en el bosque. ”Tú puedes ver cómo los árboles se balancean, y finalmente se caen, entonces te preguntas hacia dónde vas a correr”, dijo. ”Tú tienes que buscar los árboles más grandes para cubrirte detrás de ellos. Algunos camaradas han muerto de esa forma, en este tipo de tormentas y también por las descargas de los rayos”.
Los guerrilleros con los que hablé no parecieron cuestionar su forma de vida. Muchos eran hijos de campesinos y nunca habían ido a un pueblo; Todo lo que conocían era la selva, las llanuras de Yarí, y ocasionalmente alguna granja. Lozada, señalando con el dedo a los jóvenes de su seguridad, dijo: -“Muchos de estos jóvenes combatientes se unieron a las FARC porque los paracos (paramilitares) mataron a sus padres”.
Durante mi visita, Lozada siempre estuvo acompañado por un combatiente y amigo suyo, llamado Chepe; un hombre fornido de treinta y tantos años, que reflejaba en cierta medida el mismo estilo de Lozada: Cabeza rapada, camiseta, pantalones de fatiga, botas de goma. Chepe me explicó que él era el hijo del ex comandante militar de las FARC, Jorge Briceño, un aguerrido guerrillero conocido bajo el sobrenombre de Mono Jojoy. Después que Chepe naciera en un campamento guerrillero, Jojoy lo envió a Bogotá con sus padres adoptivos. Cuando Chepe tuvo 10 años, le revelaron el secreto de su verdadero parentesco. Un tiempo después lo llevaron a reunirse brevemente con Jojoy (Su padre). Algunos años después durante unos breves períodos de paz, lo llevaron de nuevo a ver a su padre, esta vez Chepe, que tenía entonces 16 años, quiso quedarse con la guerrilla, en la selva. Sus padres adoptivos, llorando, le rogaron que regresara con ellos, pero Chepe insistió en quedarse. Adaptarse a la vida guerrillera no iba a ser fácil; Chepe era un chico de la ciudad, educado en una escuela católica de élite. Pero, al igual que Lozada, Chepe finalmente se instaló. Él y su padre (Mono Jojoy) adquirieron el hábito de irse a dormir muy temprano y levantarse a las 2 de la mañana para leer las noticias y estudiar juntos.
Cuando Juan Manuel Santos fue electo presidente de Colombia, convirtió a Jojoy en uno de sus objetivos militares contra las FARC. Él sabía que Jojoy, era un diabético, que sufría de pies hinchados; y cuando los servicios de inteligencia se enteraron de que un par de botas por encargo se estaba haciendo para Jojoy, organizaron a través de un doble agente poner dentro de la suela de sus botas un microchip suministrado por Estados Unidos. Las botas fueron entregadas a Jojoy, quien comenzó a usarlas con evidente alivio. Poco después, a las dos de la madrugada, un avión militar bombardeó el campamento de Jojoy, muriendo bajo el bombardeo. Chepe (quien era un jovencito) se libró del ataque y se refugió en el campamento cercano donde estaba Lozada, quien paso a convertirse en su figura paterna.
Lozada tuvo dos hijos (un niño y una niña) en Bogotá, pero ninguno de los dos mostró interés en seguirlo hasta las FARC. No podía culparlos, eran niños urbanos, criados por sus madres. Sin embargo, sus vidas no habían estado libres de riesgo. Ambos habían sido evacuados de Colombia para su seguridad, después de que los servicios de inteligencia del Gobierno comenzaron a rastrearlos. En La Habana, Lozada vio a sus hijos por primera vez en doce años. Me dijo con orgullo que su hija pronto se graduaría de la escuela secundaria, y que su hijo había asistido a la escuela de medicina en Cuba.
En un campamento cercano a Yarí, los jóvenes guerrilleros, a la espera de ser reintegrados en la sociedad colombiana, vivían de una manera que sus compañeros en Bogotá hubieran encontrado inimaginable. Se despertaban a las cuatro y media de la mañana para reunirse y realizar calistenia,
cantando consignas de las FARC y terminando con el Himno Nacional Colombiano. Luego hicieron las tareas: cocinar, traer suministros, cortar leña para el fuego del cocinero, o arrastrar sacos de arena para esparcir por senderos para secar el lodo de la jungla. Todas las mañanas, una pareja de casados que habían llegado de Bogotá les impartían lecciones políticas sobre Lenin y el Che Guevara y explicaciones altamente ideológicas sobre la Organización Mundial del Comercio. Por la tarde, los combatientes jugaban voleibol, y por la noche veían películas en un refugio subterráneo. Cuando les pregunté qué harían con sus vidas cuando se logre la paz; la respuesta fue invariablemente la misma: ”Lo que el Partido me pida”.
El 26 de septiembre del 2016, El Presidente Juan Manuel Santos y el líder de las FARC, cuyo pseudónimo es Timochenko, firmaron El Tratado de Paz en una ceremonia en la ciudad de Cartagena, mientras miles de colombianos miraban y aplaudían. En Yarí, Lozada organizó una conferencia para que los guerrilleros estudiaran El Tratado de Paz – en el que se puso punto final a las FARC como organización armada -. Durante esa semana cientos de delegados guerrilleros discutieron los términos del Tratado, y por la noche bailaron al son de grupos musicales con cumbias y ballenatos. Fue un momento culminante que los reporteros llamaron ”FARCSTOCK”, al final de la conferencia, un coro de guerrilleros subió al escenario para cantar la ”El Himno a la Alegría” ante una multitud jubilosa. Al final de la semana, los guerrilleros votaron ratificando El Tratado de Paz.
El acuerdo de paz, sin embargo, tuvo que ser sometido a la aprobación del voto popular nacional -un referéndum sobre si las FARC deberían ser readmitidos a la sociedad colombiana – Álvaro Uribe, ex presidente, ahora congresista, encabezó una campaña contra el acuerdo, calificándolo de ”rendición” que recompensaría a la guerrilla por su violencia. En un artículo de opinión, Uribe criticó que se les permitiera participar en la política a ”los capos de las FARC que fueron quienes ordenaron masacres, secuestros, reclutamiento de niños soldados y extorsiones; ahora correrán para alcaldes y gobernadores de las regiones que victimizaron”. El gobierno acordó que ambas partes habían cometido crímenes de guerra, Uribe exigió que los ex guerrilleros fueran juzgados bajo diferentes condiciones de los soldados del gobierno. (Uribe también podría haber temido ser llevado ante la justicia, debido a sus vínculos de larga trayectoria con los grupos paramilitares).
El país estaba cansado de la guerra, y las encuestas predecían que la propuesta pasaría fácilmente. Pero para sorpresa del mundo el 2 de octubre (del año pasado), los votantes colombianos la rechazaron, por un estrecho margen de 53 mil votos, de 13 millones de votantes, en lo que se conoció como el Brexit Colombiano. Pero el Presidente Juan Manuel Santos fue elogiado con la aprobación de la comunidad internacional. El 7 de octubre, el Comité del Nobel anunció que le otorgaría el Premio de la Paz por sus ”esfuerzos decididos” para poner fin a la guerra civil. Un par de semanas más tarde, la Reina Isabel celebró una recepción en su honor en el Palacio de Buckingham. En una reunión posterior, a la que asistieron el grupo musical de rock Beefeaters y sus trompetistas, le pregunté a Santos si podría negociar un nuevo trato antes de la ceremonia del Nobel, el mes siguiente. ”Va a suceder”, dijo, y guiñó un ojo.
El 12 de noviembre, El Presidente Santos y las FARC anunciaron un ”Nuevo Acuerdo Final”, el cual Santos, pudo controlar debido a la mayoría parlamentaria con la cual contaba, y el Nuevo Acuerdo logró avanzar sin necesidad de un referéndum. Las FARC ofrecieron algunas concesiones, incluyendo un lenguaje más estricto para la sentencia de los líderes guerrilleros, pero ignoraron la demanda de que las FARC fuera prohibida de la participación política. Como dijo Timochenko: ”La razón por la que acordamos dejar las armas fue sobre la base de que podríamos entrar en política”. Por su parte, las FARC reconoció, después de años de negarlo, que poseía una reserva de fondos-presumiblemente adquirida a través del secuestro, las extorsiones y el tráfico de drogas- y prometió ocuparlo para compensar a las víctimas de la guerra.
Esa semana, Lozada voló en helicóptero militar para unirse al resto del Secretariado de las FARC, en un centro católico amurallado al pie de las montañas que bordean el este de Bogotá. Se suponía que los guerrilleros permanecerían custodiados y con desplazamientos restringidos, pero Lozada se aventuró a un centro comercial de lujo en la ciudad, donde se detuvo en una tienda de ropa llamada Arturo Calle, el equivalente local de Brooks Brothers. Custodiado por guardaespaldas de la Unidad Especial de Protección del Ministerio del Interior, vagó entre maniquíes y racks de ropa, recogiendo una chaqueta
gris, una camisa malva y una corbata. El 24 de noviembre, cuando Santos y el Secretariado de las FARC firmaron El Nuevo Acuerdo de Paz, Lozada lució su nueva chaqueta y corbata.
En un campamento de Yarí, un alto comandante de las FARC llamado Mauricio me habló con entusiasmo sobre las opciones de ocupación que podrían tener sus combatientes. Podrían ser guardaparques, dijo, o guías para ecoturistas: ”Conocemos la selva mejor que nadie”. Durante años, los guerrilleros de Mauricio han operado en el gran Parque Nacional de Chiribiquete, un área que ha sido inaccesible a la mayoría de los colombianos debido a la guerra. En su portátil, me mostró fotos de guerrilleros posando con trasfondos impresionantes: Ríos, cumbres selváticas, antiguas pinturas rupestres en cuevas. Con el entusiasmo de un fanático del boxeo, me mostró un video de un ocelote (leopardo) capturado, peleando contra una anaconda.
En el edificio de la ONU en Bogotá, Lozada me dijo que el Secretariado de las FARC lo había nombrado para dirigir el nuevo ”sector productivo” de la guerrilla. Después de décadas de luchar por las ideas marxistas, ahora está tratando de diseñar ”proyectos económicos que puedan ayudar a mantener el grupo”. Junto con el ecoturismo, ha estado considerando los servicios de autobuses y camiones, la agricultura, la ganadería y las artes. Pero muchos colombianos desprecian a las FARC, y será difícil persuadir a los empleadores de contratar ex guerrilleros -especialmente cuando los empleos ya son escasos -. En otros países latinoamericanos, programas similares de reconciliación han fracasado, en gran medida; porque los ex-combatientes no pudieron encontrar empleo regular; volviendo a las actividades militares. Para algunos de los ex guerrilleros de Colombia, el narcotráfico podría ser el único trabajo disponible. ”Es un problema”, dijo Lozada. ”A menos que tengan una comprensión ideológica muy fuerte, algunos serán vulnerablemente atraídos por el mundo del narcotráfico”. La mayoría de las personas con las que hablé prevé que, sobre la base de anteriores desmovilizaciones, alrededor de un 10% de los ex rebeldes recurrirán al crimen.
En Colombia, sin embargo, un instituto técnico del gobierno, con sucursales en todo el país, ha acordado capacitar a ex guerrilleros como fontaneros, electricistas o carpinteros; En los campos de desmovilización, aprenderán la ganadería y la agricultura. El Acuerdo de Paz exige un amplio programa que reservará millones de acres de tierra para los campesinos y proporcionará asistencia para proyectos agrícolas.
La mayoría de los combatientes no tienen educación formal, aparte de la formación política proporcionada por las FARC. Sin embargo, Lozada espera que algunos de ellos puedan ir a las carreras profesionales o burócratas (de cuello blanco). Una mañana, Lozada fue con sus guardaespaldas a visitar la Universidad Distrital, una universidad estatal con una reputación de activismo de izquierda. Años antes, se había infiltrado en la universidad con el fin de reclutar cuadros para la guerrilla. Ahora preguntaba si la Universidad permitiría a sus ex guerrilleros completar su educación allí. Si el tiempo lo permitía, y la paz se sostiene él también piensa volver a estudiar.
Chepe, el joven amigo de Lozada, me dijo que su educación había sido interrumpida cuando salió de Bogotá siendo un adolescente, y ahora está ansioso por terminar su educación. El advenimiento de la paz lo ha puesto curioso acerca de sus ex compañeros de clase. Él había utilizado el reciente acceso a la internet para buscarlos. Uno de sus amigos, a quien encontró a través de LinkedIn, le había dicho que trabajaba en medicina forense, y le preguntó qué había hecho de su vida. Chepe le respondió que era una larga historia. -¿Qué se supone que debo decir? -preguntó. ”Guerrillero de las FARC?”. Lozada dijo que un general del Ejército Colombiano involucrado en el proceso de paz lo había invitado a unirse a LinkedIn. Lo intentó, pero había sido obstaculizado por el formulario de membresía en línea. ”Te pide” currículo, contactos profesionales, calificaciones, y referencias ”, exclamó Lozada, estallando en un arrebato de risa. “¿Descripción del puesto?: Comandante de las FARC!, ¿Referencias?: Timochenko! …”Él había intentado omitir algunas preguntas, pero siguió recibiendo el mismo mensaje, en inglés:” Turn Back ”. Él y Chepe rieron burlonamente… Cuando recuperaron la compostura, Chepe dijo: Todavía estamos lejos de usar aplicaciones como LinkedIn ”.
”Todavía no estamos seguros de cómo vamos a mantener a esta gran familia una vez que termine la lucha armada”, dijo Chepe. ”Todo lo que realmente sabemos, sin embargo, es que este es el momento
para la paz. La guerra no ha logrado los cambios por los que luchamos. Estamos totalmente en contra del modelo económico del país, tal y como es ahora. Con la paz, todavía esperamos poder cambiar el Estado. ” Lozada fue más preciso. ”Tenemos una manera marxista de interpretar la sociedad, pero eso no significa que sea nuestra única referencia”, dijo. ”En cuanto a lo que nuestro nuevo modelo será, eso es algo que todavía tenemos que inventar.”
Una noche de tormenta después de la firma del Acuerdo Final de Paz; Lozada y Timochenko fueron conducidos en camionetas blindadas a una estación de televisión en el centro de Bogotá, para ser entrevistados y aparecer en un programa de televisión llamado: ”Semana en Vivo”. Mientras sus guardaespaldas esperaban afuera. Los entrevistadores los esperaron ansiosamente para saludarlos. Fue un evento sin precedentes en Colombia: Dos líderes guerrilleros, que habían estado en guerra contra el Estado, durante décadas, ahora estaban sentados frente a las cámaras para dar a conocer sus planes futuros. Mientras la gente sintonizaba el programa: la presentadora, María Jimena Duzán, miró un Twitter en su teléfono y exclamó: ”¡Estamos de moda”. Viendo la confusión de sus invitados, ella se rió entre dientes y dijo: ”Eso es bueno”.
En el programa, Lozada y Timochenko hablaron de la amenaza de un rebrote de violencia. Unos meses antes, una unidad rebelde muy lejana, vinculada al narcotráfico, había anunciado que permanecería en la selva, en lugar de unirse al proceso de paz. Otra de las amenazas, precisaron los entrevistados fue que cuando las FARC se retiró de algunos territorios, las narco-bandas paramilitares fueron ocupando dichos territorios, matando a medida que llegaban. Un folleto que circuló en San Vicente del Caguán, una ciudad cercana al territorio de las FARC, bajo las insignias del temible grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia. El texto decía: ”Hemos llegado. . . Y hemos venido para quedarnos ”, agregando que el propósito del grupo era purgar la ciudad de los partidarios de las FARC. Tres dirigentes campesinos locales fueron fusilados y algunos activistas de izquierda acusaron al alcalde, un seguidor de Uribe, de ordenar los asesinatos. Según los observadores de los derechos humanos, más de 60 esos activistas fueron asesinados el año pasado, lo que inspiró temores de una campaña de exterminio. ”Se ha formado una cultura de violencia”, dijo Timochenko. La sociedad misma necesita cambiar.
Parte de esos cambios, por supuesto, es reconocer nuestros propios actos de violencia, los de las FARC. Lozada, eventualmente tendrá que comparecer ante un tribunal y confesar sus crímenes. Cuando le pregunté si sentía remordimiento por cualquier crimen que pudo haber cometido durante la guerra, me lanzó una larga mirada y dijo: ”El ejercicio de la violencia siempre da una pausa.” Como sus colegas, había llegado a lamentar los vínculos de las FARC con el narcotráfico. ”Sabemos que ayudó a deslegitimizarnos, y hemos concluido que sin duda nos causó un gran daño”. A pesar de esto, dijo, sus ideales revolucionarios le permitieron ”vivir con tranquilidad”.
Su mayor sufrimiento o lamento ha sido por los compañeros muertos durante la guerra. En 2012, el Ejército bombardeó un campamento donde Lozada estaba entrenando a oficiales, 39 de sus estudiantes fueron asesinados. -Ese día fue uno de los peores de toda la guerra -dijo Lozada con lágrimas en los ojos-. ”Perder tantos compañeros de una vez, como sucedió ése día, nunca lo superas”. Se lamentó también de que muy a menudo había sido imposible que los guerrilleros enterraran sus muertos con dignidad, o incluso marcar sus tumbas. Las FARC y el gobierno han acordado construir tres monumentos a la guerra, hechos a partir de las armas fundidas de la guerrilla.
Jimena Duzán, la entrevistadora, les pregunto cómo se imaginaban sus nuevas vidas. Timochenko dijo que sería bueno estar en un edificio de apartamentos, habitado enteramente por ex guerrilleros, para mantener a la familia unida. Las FARC y el gobierno han establecido un plazo para el desarme final y esto sucederá el próximo 31 de mayo. Durante estos últimos meses, los combatientes de las FARC han estado moviéndose de sus zonas de retaguardia en la selva, hacia campos de desmovilización, en caravanas de autobuses, jeeps y canoas con motor fuera de borda. Las guerrilleras han venido llevando sus bebés, y las familias han llevado sus animales domésticos de la selva: monos, cerdos, nutrias de río, y coatis. El campamento de Lozada, que comparte con unos cuantos cientos de sus combatientes, está a tres horas de Bogotá, en un área que fue proclive y apoyó el proceso de paz. De allí, viaja frecuentemente a la capital para hacer su ”trabajo político”. En agosto, las FARC anunciará la creación de su nuevo partido político; Entretanto, Lozada ha sido invitado a exponer sus puntos de vista en foros
académicos y en la Feria del Libro de Bogotá. Tomando ánimo, dijo, ”Dentro de unos años estaremos abiertamente involucrados y activos en la vida política del país”.
Cuando le pregunté a Lozada si aún se consideraba guerrillero, asintió con la cabeza y dijo: ”Seguiremos con el estilo de vida guerrillero y la manera de interpretar la vida y la sociedad. Pero uno comienza a ser consciente de que hay una nueva forma de hacer las cosas y de vivir la vida. ”Explicó:” He empezado a darme cuenta que ahora puedo ir a visitar a mi familia, por ejemplo, sin temer que algo me suceda de parte de manos del Estado – y esto está creando una nueva expectativa de cómo la vida puede ser ”.
Cuando la entrevista terminó, los empleados del canal de televisión se apresuraron a posar en selfies con los jefes de la guerrilla. Entonces Lozada y Timochenko salieron a celebrar con unos amigos que los esperaban en el estacionamiento amurallado y rodeados por sus guardaespaldas. Timochenko fumó un cigarrillo, y él y Lozada bebieron Whisky Scotch en vasos plásticos desechables. Lozada introdujo a una joven que estaba de pie cerca de él y dijo: “Ella es Milena, mi compañera”, y señaló su estómago abultado. Pronto estaría dando a luz a su hijo. Lozada sonrió con orgullo, y los guerrilleros levantaron sus vasos en un brindis: ”Al futuro”, dijeron. ”Al futuro.”
* Jon Lee Anderson: Pertenece al personal de escritores del New Yorker y comenzó a contribuir en dicha revista en 1998. Es el autor de ”La Tumba del León: Matando desde Afganistán” y “Che Guevara: Una vida revolucionaria.”