Arkiv för oktober, 2018

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Okt
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Nuestro Siglo XIX. Morazán: “El incomprendido Libertador”

(Cuarta entrega)

Mataquescuintla 1836 – 1838: Cólera en tiempos de revolución:

Las revueltas indígenas en El Salvador y Guatemala y las insurrecciones populares ocurridas en algunas ciudades centroamericanas entre 1833 y 1834, coincidieron con el tercer año del triunfo militar de los liberales, dirigidos por Francisco Morazán, quien en 1829 derrotó a las fuerzas conservadoras en la batalla que ocurrió en ciudad de Guatemala.

Mientras los liberales trataban de consolidar el proyecto de “La Federación de Las Provincias Unidas de Centroamérica”, una mortal epidemia se inició en el Golfo de Amatique, en la costa caribeña, donde hoy coinciden los territorios de Honduras y Guatemala, provocando mortandad entre la población de indios y mestizos. La peste se desplazó hacia el sur oriente de Guatemala y hacia la costa caribeña de Honduras.

La epidemia se inició en noviembre de 1836 cuando un barco de negreros fue sorprendido en las aguas del caribe beliceño, trayendo esclavos infectados con la bacteria del Cólera. El contagio pasó de las costas de Belice al Puerto de Omoa en Honduras y de allí por el Rio Motagua se expandió por Zacapa, Chiquimula, Esquipulas, hasta las montañas de Jalapa.

Es allí donde comienzan los hechos que voy a historiar:

Juan Pérez fue un mestizo que nació en los primeros años del Siglo XIX. Vivió toda su vida en el pequeño poblado de Mataquescuintla, incrustado en las montañas sur-orientales de Jalapa, Guatemala. Su nacimiento fue producto de la violación de una joven india por su patrón: un criollo españolizado. Cuando al recién nacido lo llevaron a la pila bautismal, el cura del pueblo viendo las facciones mezcla de indio y criollo del pequeñín, se negó a nombrarlo Kabil Tot, como su madre quería llamarlo y ordenó que el recién nacido se llamaría Juan Pérez. Así quedó su nombre españolizado por orden de la Santa Iglesia Católica.

En aquellos años Mataquescuintla ó el pueblo de la red para atrapar perros en lengua náhuatl; era un lugar habitado por indios y mestizos, y como era un pueblo de pobres, carecía de cualquier infraestructura sanitaria. La gente hacia sus necesidades al aire libre, hasta que las heces se secaban bajo el ardiente sol tropical. Las bestias tomaban agua en los mismos nacimientos acuíferos y piladeras de donde la gente se abastecía para su consumo. Las vísceras y los restos de las reses que se destazaban una vez por semana en el mercadito, quedaban tirados a la intemperie, disputadas por zopilotes (gallinazos) y ratas gigantes, rodeados de espesas nubes de moscas y moscardones, hasta que de aquellos restos sólo quedaban sus cuernos y los descarnados huesos.

Una mañana de marzo de 1836, Juan Pérez llegó de permiso a su pueblo natal Mataquescuintla, pues estaba de alta bajo las tropas comandadas por Teodoro Mejía y su lugarteniente Rafael Carrera. La noche siguiente de su llegada, cuando Juan Pérez dormía en su tapesco, unos continuos y fuertes retorcijones en el abdomen lo despertaron; en seguida tuvo aligeradas ganas de hacer sus necesidades,(aguas mayores) entonces salió corriendo de la choza hacia el traspatio y empezó a evacuar un agua lechosa. Después vinieron vómitos y fuertes temperaturas con escalofríos, hasta quedar tirado como un esqueleto en medio de una pestilencia de moscas y suciedades. Los síntomas continuaron, al tercer día, Juan Pérez había fallecido por deshidratación. El Cólera morbus se lo había llevado. Por el mismo camino y destino, le siguieron sus hijos, sus vecinos y muchos aldeanos más.

La pandemia del Cólera morbus, al igual que las guerras civiles en aquellos tiempos, arrasaban las aldeas rurales y los poblados, provocando mortandad. El Cólera se extendió desde la ciudad de México hasta la América del Sur. El crecimiento poblacional de las ciudades del Nuevo Mundo y sus pésimas condiciones insalubres, así como la vida de acuartelamiento a causa de las guerras civiles, fueron el caldo de cultivo para la expansión de esta pandémica y mortal enfermedad.

Gabriel García Márquez haciendo referencia a esta brutal enfermedad, escribió una de sus novelas a la cual tituló: “El amor en los tiempos del Cólera” aunque en Colombia como en Centroamérica esta pandemia estuvo mezclada con tiempos de guerra y revoluciones entre liberales y conservadores. En aquellos tiempos, El Cólera no daba tiempo de nada, los muertos se iban al sepulcro sin los santos oleos, sin cristiana sepultura. La historia médico-sanitaria de Centroamérica quedó marcada por esta pandemia que dejó miles de muertos.

El afamado “Indio de Mita” no era realmente un indio, era más bien un mestizo empobrecido, un analfabeto que con mucha dificultad aprendió a firmar con su nombre. Lo llamaban “El Indio de Mita” porque se había ganado el corazón, la confianza y la autoridad de los indios y mestizos de las montañas surorientales de Jalapa.

Sus manos toscas y encalladas, acostumbradas a manejar la cuma y el machete, acostumbradas a persogar el yugo del arado con correas de cueros y las riendas de los percherones, fueron aprendiendo poco a poco el manejo de la espada y los mosquetes. Pero sus manos encalladas y toscas temblaban y se volvían ingobernables cuando tenían que tomar la pluma y lo único que le salió la primera vez que firmó un parte de guerra, es decir, cuando tuvo que hacer sus primeros garabatos en los que apenas se pudo leer: “Raca Carraca”. Algunos años después, ya convertido en general del ejército y dictador vitalicio de Guatemala, siguió firmando de la misma forma.

Rafael Carrera o “El Indio de Mita” divulgó entre su gente que la enfermedad del Cólera era propagada por los liberales. Sostenía que eran ellos los que envenenaban las aguas para exterminar a los indios y mestizos pobres. Con esta y otras afirmaciones, Carrera se hizo fuerte en el pueblo oriental de Mataquescuintla y predispuso a los indios y a los pobres contra los gobiernos liberales, que en vano trataban de proveer medidas sanitarias paliativas. No hay registros si Carrera estaba convencido de su afirmación o sólo fue una estratagema para ganar adeptos a su causa reaccionaria y conservadora.

El Gobierno Liberal de Mariano Gálvez envió cuadrillas de enfermeros sanitarios y médicos hacia los pueblos donde azotaba la epidemia. Pero el desprestigio y las medidas impopulares impulsadas desde su Gobierno, no le daban credibilidad entre la población, para resolver la epidemia que se expandía más y más. Las brigadas médicas enviadas a los pueblos eran atacadas por la población. Ellos creían que el Láudano (extracto elaborado a partir del opio, azafrán y vino blanco) con que medicaban a los enfermos, era el veneno con que corrompían las aguas para matar a la población, pues los enfermos aunque tomaran la poción suministrada por las brigadas médicas, siempre fallecían.

El 9 de Junio de 1837 los pueblos de Santa Rosa y Mataquesquintla, se insurreccionaron en contra del Gobierno Liberal de Gálvez. Estos indios y mestizos de La Montaña, como fueron llamados, además de que creían que el Gobierno los quería exterminar con la enfermedad, también estaban enfurecidos por los ataques a la religión Católica, la expulsión del arzobispo de la ciudad de Guatemala que había sido ordenada por Morazán y por las concesiones que el Gobierno daba a las compañías extranjeras. Las tropas gubernamentales lograron sofocar a los rebeldes en ambos pueblos, pero en su reacción contrainsurgente se sobrepasaron, dedicándose a saquear casas, quemar y destruir los sembrados y a todo tipo de atropellos y vandalismo.

Los indios, que en su memoria guardaban el recuerdo del mal trato de los conquistadores y colonialistas, que los desampararon de su glorioso pasado, que se esfumó intempestivamente y los puso ante un nuevo mundo de confusiones, no podían dejar de reconocer que en la Iglesia Católica y en sus sacerdotes habían encontrado un consuelo y un alivio, considerándolos como sus únicos defensores. Además, cuando el indio observaba el respeto con que el colonialista se dirigían ante los religiosos, suponían que su lealtad ante los religiosos les aseguraba una alianza con el que les parecía tener más poder. Los indios y los mestizos no lograron descifrar que se trataba del viejo truco de doblegarlos y dominarlos, uno por las buenas y otro por las malas.

Las fuerzas conservadoras supieron ganarse a las mayorías de indígenas y mestizos pobres, hasta vencer a los liberales. Después de la derrota de las tropas unionistas en la batalla de ciudad de Guatemala, en marzo de 1840, El General Francisco Morazán logra romper el cerco que le habían tendido “Los Cachurecos” -apodo con que los liberales nombraban a los seguidores de Rafael Carrera- porque este hacia concentrar y desconcentrar sus tropas con el soplido de un cacho (cuerno de ganado)

Después de la derrota de Morazán en 1840, Carrera se convirtió en Presidente vitalicio, dictador que gobernó Guatemala hasta su muerte en 1865. Morazán, con sus tropas diezmadas, logra llegar a San Salvador, después de tres días en retirada, única ciudad donde él se sentía rodeado de amigos y simpatizantes de su causa. San Salvador lo recibe como un héroe derrotado y le brinda un recibimiento como si viniera de una victoria.

Morazán había pasado 14 años en cruentas batallas políticas y militares. En dos ocasiones había sido electo Presidente de la Federación Centroamericana, moviéndose en un ambiente de intrigas y traiciones que le habían granjeado la fanática y rabiosa enemistad de los conservadores, separatistas y la jerarquía de la iglesia católica. En aquel momento Morazán comprende que la unión centroamericana era una batalla perdida.

Estando en San Salvador y bajo el dolor de la derrota, Morazán decide retirarse de suelo centroamericano para no poner en riesgo una invasión de los cuatro restantes Estados separatistas, contra El Salvador. Se establece en la Ciudad de David, que en aquellos tiempos formaba parte de La Gran Colombia, hoy Panamá. Allí le esperaba su familia. “Allá en mi destierro voluntario –dijo Morazán, antes de partir- sabré esperar, para que mis enemigos demuestren con hechos, la sinceridad de sus propósitos”.

 

El Negro Beto

23 de Octubre de 2018

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¿De dónde surgió Bolsonaro?

13 de octubre de 2018

Gustavo Bertoche Guimarães, profesor de Introducción a la Filosofía y de Métodos y Técnicas de Investigación en la Facultad de Educación y Letras de la Universidad de Iguaçu (UNIG), comparte sus reflexiones sobre el triunfo del candidato que es acusado de ”machista”, ”homofóbico” y ”racista”.

 

¿De dónde surgió Bolsonaro?

Lo siento, amigos, pero no es de un ”machismo”, de una ”homofobia” o de un ”racismo” del brasileño. La inmensa mayoría de los votantes del candidato del PSL no es machista, racista, homofóbica ni defiende la tortura. La mayoría de ellos ni siquiera son bolsonaristas.

Bolsonaro surgió de aquí mismo, del campo de las izquierdas. Surgió de nuestra incapacidad para hacer la necesaria autocrítica. Surgió de la negativa a conversar con el otro lado. Surgió de la insistencia en la acción estratégica en detrimento de la acción comunicativa, lo que nos llevó a demonizar, sin intentar comprender, a los que piensan y sienten de modo diferente.

Es, incluso, lo que estamos haciendo ahora. Mi Facebook y mi WhatsApp están llenos de ataques a los ”fascistas”, a aquellos que tienen ”manos llenas de sangre”, que son ”machistas”, ”homofóbicos”, ”racistas”. Sólo que el elector medio de Bolsonaro no es nada de eso ni se identifica con esos defectos. Las mujeres votaron más a Bolsonaro que a Haddad. Los negros votaron más a Bolsonaro que a Haddad. Una cantidad enorme de gays votó a Bolsonaro.

Amigos, estamos equivocando el blanco. El problema no es el elector de Bolsonaro. Somos nosotros, del gran campo de las izquierdas.

El elector no votó a Bolsonaro porque él dijo cosas detestables. Él votó a Bolsonaro A PESAR de eso.

El voto a Bolsonaro, no nos engañamos, no fue el voto a la derecha: fue el voto antiizquierda, fue el voto antisistema, fue el voto anticorrupción. En la cabeza de mucha gente (aquí y en los Estados Unidos, en las últimas elecciones), el sistema, la corrupción y la izquierda están ligados. El voto de ellos aquí fue el mismo voto que eligió a Trump allá. Y los pecados de la izquierda de allí son los pecados de la izquierda de aquí.

Bolsonaro tuvo los votos que tuvo porque evitamos, a toda costa, mirar nuestros errores y cambiar la forma de hacer política. Nos quedamos atrapados en nombres intocables, incluso cuando demostraron su falibilidad. Adoptamos el método más podrido de conquistar mayoría en el congreso y en las asambleas legislativas, por haber preferido el poder a la virtud. Corrompimos los medios con anuncios de empresas estatales hasta el punto en que los medios pasaron a depender del Estado. Y expulsamos, o llevamos al ostracismo, todas las voces críticas dentro de la izquierda.

¿Qué hemos hecho con Cristóvão Buarque?

¿Qué hemos hecho con Gabeira?

¿Qué hicimos con Marina?

¿Qué hemos hecho con el Hélio Bicudo?

¿Qué hemos hecho con tantos otros menores que ellos?

Los que no concordaban con nuestra vaca sagrada, los que criticaban los métodos de las cúpulas partidistas, fueron callados o tuvieron que abandonar la izquierda para continuar teniendo voz.

Mientras tanto, nos engañábamos con los éxitos electorales, y nos convertimos en un movimiento de la élite política. Perdimos la capacidad de comunicarnos con el pueblo, con las clases medias, con el ciudadano que trabaja 10 horas al día, y pasamos a engañarnos con la creencia en la idea de que toda movilización popular debe ser estructurada de arriba hacia abajo.

La propia decisión de lanzar a Lula y a Haddad como candidatos muestra que no aprendemos nada de nuestros errores -o, lo que es peor, que ni percibimos que estamos equivocando, y ponemos la culpa en los demás. ¿Dónde están las convenciones partidarias lindas de los años 80? ¿Dónde están las corrientes y tendencias lanzando contra-pre-candidatos? ¿Dónde están los debates internos? ¿Cuándo fue que el partido pasó a tener un dueño?

En suma: las izquierdas envejecieron, enriquecieron y se olvidaron de sus orígenes.

 

Lo que nos quedaba fue la creación de slogans que repetimos y repetimos hasta que pasamos a creer en ellos. Sólo que esos eslóganes no prenden en el pueblo, porque no corresponden a lo que el pueblo vive. No basta con llamar al elector de Bolsonaro ”racista”, cuando ese elector es negro y decidió que no vota nunca más al PT. No basta con decir que la mujer no vota a Bolsonaro para la mujer que decidió no votar al PT de ninguna manera.

No, amigos, Brasil no tiene 47% de machistas, homofóbicos y racistas. Calificar a los votantes de Bolsonaro de todo eso no va a resolver nada, porque el engaño no va a prender. El elector medio del tipo no es nada de eso. Él sólo no quiere que el país sea gobernado por un partido que tiene un dueño.

Y no, no está habiendo una disputa entre barbarie y civilización. El bárbaro no disputa elecciones. (Ah Hitler disputó, etc. ¿Usted ha leído Mein Kampf? Yo sí. Está todo allí, ya en 1925. Lo siento, amigo, pero chistes y frases imbéciles NO SON Mein Kampf. ¿Dónde está su capacidad hermenéutica?).

Hay una ola Bolsonaro, pero podría ser una ola de cualquier otro candidato anti-PT. Yo sospecho que Bolsonaro surfea en esa ola solo porque es el más antipetista de todos.

Y la culpa del surgimiento de esa ola es nuestra, exclusivamente nuestra. No sólo es nuestra, como continuará siendo hasta que consigamos hacer una verdadera autocrítica y traer de vuelta a nuestro campo (y para nuestros partidos) una práctica verdaderamente democrática, que es algo que perdimos hace más de veinte años.

Hablamos tanto en defensa de la democracia, pero no practicamos la democracia en nuestra propia casa. ¿Es que olvidamos su significado y transformamos también la democracia en un mero lema político, en que lo que es nuestro es automáticamente democrático y lo que es del otro es automáticamente fascista? Es hora de utilizar menos las vísceras y más el cerebro, amigos. Y los slogans hablan a la bilis, no a la razón.

Gustavo Bertoche Guimarães, profesor.

13
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Nuestro Siglo XIX. Morazán: “El incomprendido Libertador

 

(Tercera parte)

Ciegos, sordos y mudos en conflicto o el dialogo que nunca ocurrió

 

-El pueblo:               ¿Qué trabajo ejercéis en nuestra sociedad?

-La clase distinguida:      Ninguno. Nosotros no hemos nacido para trabajar.

-El pueblo:               ¿Y cómo habéis adquirido esas riquezas?

-La clase distinguida:      Tomándonos la incomodidad de gobernaros.

-El pueblo:                       ¿A qué llamáis gobernar? Nosotros nos fatigamos y vosotros sois los que gozáis; nosotros producimos y vosotros disipáis; las riquezas vienen de nosotros y vosotros las devoráis…! hombres distinguidos! …formad una nación aparte y gobernaros a vosotros mismos.

“El Editor Constitucional”

Periódico publicado entre 1812 y 1815, dirigido por el Dr. Pedro Molina  (Tomado de: Pedro Joaquín Chamorro, Historia de la Federación de la América Central 1823-1840, Edit. Cultura Hispánica, Madrid, 1951)

Los conservadores y la jerarquía eclesiástica se negaban a ver la opresión a que habían sometido a los indígenas y mestizos pobres, lejos de eso, se consideraban ser los escogidos por dios y el rey para darles la salvación y gobernarlos; los liberales también fueron sordos a sus clamores y ruegos, que por falta de voz nunca les fueron escuchados. Por eso las revoluciones después de la independencia fue un conflicto entre ciegos, sordos y mudos.

En medio de aquellas luchas de poder entre las clases acomodadas estaban los indios y la pobrería de mestizos del campo y la ciudad. Ellos, además de ser el grueso de las tropas de infantería que abonaron con su sangre y cadáveres los campos de batalla, se les exigieron que también llevaran la carga de la crisis económica para el sostenimiento de la guerra.

Trecientos años de colonialismo y de fanatismo religioso habían minado la dignidad y la conciencia libertaria de los indígenas. La ignorancia y el retraso a que los habían sometido no les permitieron entender cuál era el sentido de progreso de las nuevas ideas de liberalismo republicano que venían de la ilustración francesa. Los liberales querían establecer y consolidar un modelo de gobierno federal al que no estaba preparada la gran mayoría de la población; querían implantar un sistema que sólo una elite entendía y anhelaba.

A finales de 1832 y después de 6 años de guerras y conflictos políticos, el Gobierno Federal y los Gobiernos liberales de las provincias estaban en banca rota y comenzaron a pasarle la factura a la población. ¡Craso error! Ese fue el caso del Gobierno Salvadoreño del liberal Mariano Prado, quien en agosto de 1832 decretó impuestos directos a la población para sufragar los gastos de la guerra. El 24 de octubre del mismo año los vecinos de los barrios La Vega, San Esteban, La Ronda y San José, agobiados por el decreto de impuestos, atacaron el cuartel principal de San Salvador. El malestar popular se fue extendiendo. Hubo levantamientos populares en San Miguel y otras ciudades, pero el más conocido de todos fue el de los indios Nonualcos, liderados por Anastasio Aquino. Estos levantamientos espontáneos de indígenas y mestizos de las barriadas populares de las ciudades también ocurrieron en Guatemala y Honduras.

Los indígenas no entendían cuáles eran las causas de aquellos años de guerras y crisis políticas. Después que les llegaron a decir que ya no eran súbditos del rey, que eran libres, se les exigía pagar mayores tributos. No entendían por qué llegaban a reclutarlos a sus aldeas, para que fueran a la  guerra, unas veces enrolados con los liberales, otras veces, con los conservadores. La vida se les volvió insoportable…

 

Cerro El Tacuazín: Jurisdicción de Santiago Nonualco (Noviembre de 1832 – abril de 1833) 

El cerro del Tacuazín es una montaña rocosa poblada de árboles, que se alza unos 300 metros en las planicies costeras de los pueblos Nonualcos. Desde su cima  se divisa al occidente el despeñadero de La Puerta del Diablo; al sur se ve la costa y la inmensidad del océano pacifico; al norte el cerro del Tacuazín conecta con el extremo oriental de la cordillera del Bálsamo y la sierra que rodean el lago volcánico de Ilopango; hasta el volcán del Chinchontepeq en el oriente. En esta fortaleza natural estableció su Estado Mayor El Indio Anastasio Aquino y su ejército de indios Nonualcos.

Una tarde de aquellos días de noviembre de 1832, mientras el sol se iba ocultando entre las azul-oscuras aguas del mar del sur, el indio Anastasio citó a algunos de sus parientes, vecinos y amigos en la cima del Cerro El Tacuazín. Él ejercía un liderazgo natural entre los indios de su región; los de Analco también le respetaban.

En aquella clandestina reunión, Anastasio dirigiéndose al grupo les dijo:

– Hermanos, los he mandado llamar en este lugar, escondidos de todo mundo, porque nadie debe saber lo que vamos hacer de ahora en adelante. Hemos prestado servicio militar, guerreando, defendiendo intereses extranjeros, de los blancos y ladinos, así aprendimos el arte y las artimañas de la guerra. En estos tiempos las jornadas de trabajo se nos han aumentado y hoy pagamos más tributos que antes. Las tierras comunales que nos dan la leña y el carbón, donde crecen los tepescuintles y cuzucos que cazamos; las aguas de los ríos donde pescamos, todo, todo lo estamos perdiendo, nos las están quitando y robando los señores de las haciendas.

Anastasio hiso una pausa y siguió su clandestino discurso de la forma siguiente:

– Ayer, un señorito de la hacienda “Jalponguita”, malmató a mi hermano Blas, lo amarraron en “El Trozo”, (donde se azotaba a los indios tercos y rebeldes) porque se negó a trabajar en el obraje después de haber terminado su jornal. Ya es tiempo hermanos que defendamos nuestros propios intereses… Alguien muy cercano a la parroquia de Zacatecoluca me ha ofrecido algunos mosquetes, para iniciar nuestro levantamiento. Y con nuestros machetes y macanas iremos liberando pueblos hacia el oriente del país, hasta terminar en San Vicente de Lorenzana. Estos territorios, estas tierras son nuestras y nos las están robando. En esta lucha no estamos solos. Me han llegado noticias que otros indios se están levantando en las montañas del oriente de Guatemala, dirigidos por un tal “Indio de Mita”.

Aquel pequeño grupo que Anastasio convocó se le fueron uniendo más y más indios de todas las aldeas vecinas, las mujeres indias se enlistaban como vivanderas. También se les unieron gente de los pueblos de San Juan y Santiago Nonualco y los analqueños y en cada pueblo por donde pasaban, más y más indios se unían. Aquel pequeño grupo se convirtió rápidamente en un ejército de 3 mil encaitados. Su primera gran victoria con la táctica de “Cien arriba y cien abajo”, un nuevo estilo de emboscada, fue cuando en el encallejonado y peligroso paso de “Las Vueltas del Loco” derrotaron a una compañía que el gobierno de la capital envió a sofocar la rebelión indígena.

El levantamiento causó gran impacto entre la población de la provincia de San Salvador y las noticias llegaron hasta el Gobierno Federal presidido por El General Francisco Morazán. Los Nonualcos se tomaron la plaza de San Vicente, sembrando el terror entre los criollos que la habitaban; la ciudad fue saqueada e incendiada. Los criollos temerosos por sus bienes, depositaron sus prendas de valor dentro de la Iglesia del Pilar y allí dicen que se coronó Anastasio, Rey de Los Nonualcos. Esta fue una señal para los liberales, una señal que no entendieron, que no escucharon y que puso en jaque al gobierno liberal de Mariano Prado.

La revuelta que comenzó en enero de 1833 pero fue derrotada en abril del mismo año. Anastasio y sus seguidores nunca supieron que tan cerca estuvieron de crear un señorío de indígenas en las tierras de Cuscatlán. ¿Estaban preparados los indígenas para gobernarse y gobernar a otros? Probablemente no. Pero de haber triunfado el rumbo de la historia habría sido distinto.

Anastasio fue capturado por causa de una traición en la cual se dice que hubo faldas y celos de por medio. Su lugar teniente a quien apodaban “Cascabel” quiso abusar de Matilde Marín; Anastasio lo castigó por el agravio. “Cascabel”, resentido desertó y se presentó ante el regimiento de Zacatecoluca, cooperando con las fuerzas gubernamentales para su derrota y captura. Como siempre… “Un traidor puede más que unos cuantos, pero esos cuantos no lo olvidan fácilmente”. Cuando a Anastasio lo estaban vendando para su fusilamiento les dijo a sus verdugos: – “Estoy lista para jugar a la gallina ciega”.

¿Fue Anastasio un caudillo típico de aquellos años? Algunos historiadores dicen que sí, otros que no, lo cierto es que con su muerte todo se desvaneció. La revuelta espontanea alrededor de su figura no logró enlazarse al resto de pueblos indígenas del país, que pasaban por las mismas angustias y calamidades.

La revuelta de los Nonualcos revivió el gran temor de la elite dominante de aquellos años; temor que se expresó en el primer considerando del Acta de Independencia del 15 de septiembre de 1821, en la que textualmente se dice que: “Se declara la independencia a fin de prevenir que sea de hecho, un acto del mismo pueblo, cuyas consecuencias serían terribles”. Y fatales.

Así fue sofocado el levantamiento indígena que como una llamarada de “tusa”, (envolturas secas vegetales de la mazorca de maíz) ardió explosivamente, apagándose de inmediato. Las  cenizas de este levantamiento indígena aún persisten en el recuerdo histórico de las luchas populares de Centroamérica.

Un final muy diferente tuvo el levantamiento indígena de Guatemala, dirigido por el Indio de Mita, (Rafael Carrera) quien valiéndose de artimañas y con el apoyo de la oligarquía y la jerarquía Católica, fue quien derrotó a Morazán en la batalla de Ciudad de Guatemala de marzo de 1840, con la que fue sepultado el proyecto de La Federación Centroamericana.

Aunque los dos levantamientos indígenas tuvieron finales diferentes: Uno derrotado y otro triunfante, ninguno llegó a comprender que ambos iban en contra del progreso humano. ¿Cómo iban ellos a saberlo? Si ni siquiera quienes les utilizaron, los monárquicos conservadores y la jerarquía Católica tampoco lo sabían, ninguno de ellos supo en su momento que al combatir y derrotar a los liberales, iban contra la ideología que varias décadas después sería su tabla de salvación en el salpicado mar de la lucha de clases.

El negro Beto. Orlando, Florida




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