Arkiv för mars, 2019

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Mar
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El extraño caso de María Teresinha Gomes

Junio 2007

Se mostró dividida la memoria lusitana al conocerse el inesperado deceso de María Teresinha Gomes. Para los medios de difusión murieron en ese mismo momento un ex agente de la CIA, un jurisconsulto, y el ex general Tito Aníbal da Paixão Gomes. Para la policía y la justicia, sin embargo, estos últimos tres personajes habían muerto mucho antes, a consecuencia de la sentencia emitida por la Corte de Boa-Hora. Lisboa, 1993. El tribunal falló que ellos jamás habían existido.

Para el pueblo llano, que se arroga en definitiva el derecho a dejar morir o revivir su propia historia, no obstante, María Teresinha y los otros tres, no hacen otra cosa que comenzar a vivir.
Además de ilimitado carisma que la hacía transitar sobre las fronteras de la ezquizofrenia, Teresinha Gomes tenía, dicen, el don de la ubicuidad en el tiempo y el espacio, lo cual se demuestra en que, ninguno de los que polemizan con mayor ardor sobre su vida, la sitúan en la misma época en que según el registro civil, vivió y murió. Tampoco la ubican en un único lugar, ni en la misma persona; la misma hora del mismo día. No es extraño entonces que los últimos años de su vida viviera bajo el signo de el delirio de persecusión, lo cual le llevó a separarse de la pareja con que convivía, y a clausurar las ventanas de su vivienda con láminas de zinc. En efecto, la gente la expiaba por cualquier rendija con el vano propósito de observar si escondía dinero o de verla desnuda; de este modo confirmar o desmentir la leyenda.

El día que difundió la luctuosa información al final de la jornada de pesca en Ponta do Sol, se reunieron los viejos en la casa comunal a el dominó de siempre, el café y la habitual tertulia vespertina aromada de oporto. Como era de esperarse el tema central fue ese poco creible deceso.

”Yo estuve acantonado con el regimiento de dragones de Gimares, bajo el mando del general Tito Aníbal da Paixão Gomes durante la revolución. Permanecímos todo el tiempo en alerta combativa, como garañones sofrenados, listos a marchar sobre Lisboa. Y sólo la férrea disciplina que él inspiraba a sus subalternos, impidió que esta tropa desbocara sobre la capital por culpa de la orden que nunca llegó y esperábamos con ansias de entrar en zafarrancho. En realidad la orden no fue necesaria, porque el zalazarismo se derrumbó como castillo de naipes en poco menos de seis horas. El General da Paixão Gomes irradiaba rigurosidad espartana, la cual, dadas sus refinadas maneras, sospechábamos, reproducía minuciosamente hasta en las costumbres íntimas prevalentes entre los antiguos guerreros macedonios. Tal cosa, los subalternos nunca hubiésemos reprochado en honor a su probada valentía en la proximidad de la batalla”

Fue una afirmación intempestiva; impremeditada de Caetano Jarquiño, que en algunos contertulios causó asombro, y en otros estupor. El asombro se debió a que desdecía de ese modo lo que otras veces él mismo había asegurado: añoranza por la época del régimen de Antonio de Oliveira Zalazar. El estupor de otros se debió a que, en primer lugar conocían de toda la vida a Caetano Jarquiño y que se sepa, nunca acudió al servicio militar. En segundo lugar, durante los acontecimientos del veinticinco de abril, el atunero Goncalves permaneció en altamar. De esa marinería formaba parte Jarquiño.

Lo que sí se supo poco después, fue que durante un tiempo, a partir de los acontecimientos revolucionarios, abandonó Jarquiño la mar, pasando a servir como chofer de un militar retirado, simpatizante revolucionario; marido de María Augusta Costa. Volvió a a la pesca al desaparecer sin dejar el menor rastro tras de sí el ex general. Únicamente un par de días transcurrieron para que Augusta luciera su segundo marido, lo que movió a la plebe a acusarla de haber asesinado al ex militar y escondido su cadáver. Nadie, sin embargo, estuvo en condiciones de probar nada. Tampoco hubo algún pariente del supuesto difunto que moviera alguna indagación.

Joao Barreiro, escribiente aduanal, retomó el oficio dejado por Jarquiño, contratado por el nuevo marido de la Costa. Fue Aldo Agostinho, ex sargento del ejército de tierra, quien sirvió de ese mismo modo al tercer marido de la, según se ve, exigente o talvez insaciable, María Augusta.

Nadie comentó ni contradijo, sin embargo lo postulado por Jarquiño. Este, entonces, creyó necesario explayarse con minucioso escrúpulo, sobre el contraste que significó tan avezada personalidad, con el petiso y esmirriado físico del general, con esa voz poderosamente aguda, con tan suaves y delicadas manos que sin embargo esgrimían el sable como tenazas; con la vellosidad del labio superior que nunca trascendía de bozo a bigote… Remarcaba Jarquiño una y otra vez tales contrastes, no por malicia, sino, cuidando de que quedase bien entendido que de aquel inimpresionante físico militar, emanaba  una vibración avasalladora reflejada en los ojos de tal manera que, de noche brillaban como los de un felino al asecho, y de día parecían los de un halcón oteando alguna presa en el horizonte.

Aprovechó Joao Barreiro la inflexión que sobrevino en el discurso de Jarquiño, para decir:

”Cualquiera diría que el hombre que está usted describiendo no es otro que Leandro da Cruz, que se juntó con María Augusta a la desaparición de su primer marido, con la diferencia que no era militar, sino conspicuo jurisprudente. Leandro da Cruz era un perfecto desconocido en el colegio de abogados lusitanos. Escribió un artículo impublicable, para la revista Jurisprudencia, en el que vaticinó la inevitable fusión del Codex Theodosiano, el Corpus Iustiniano y el Código Napoleónico; en suma, el Derecho Continental Europeo con el Derecho Anglosajón, de lo cual, argumentó, estaba sentado rotundo precedente en Escocia, y medianamente en Luisiana y Texas.

Según la critica del artículo, igualmente indifundible, escrito posteriormente por el mismo Leandro da Cruz, la revista se perdió de incluir en sus páginas un alegato brillante; pero sus detractores arraigaron firmemente en que el pretendido artículo, como su crítica, no tenían otro propósito que abogar en pro de la impunidad de las innumerables estafas cometidas por una de las más grandes embaucadoras de la historia lusitana: María Teresinha Gomes.

Leandro da Cruz desapareció de pronto, tan misteriosamente como lo hizo el exgeneral. Pendió de nuevo la misma acusación sobre María Augusta, con el mismo resultado.

Terció Aldo Agostinho: ”Por el físico, y el carácter que describís, hubiera yo jurado que estabais refiriendo a Edson, primo hermano del italiano Frank”. Edson Costello, agente de la CIA intentó infructuosamente que el imperio creado por Lucky Luciano en Europa, aceptara como agente suyo en Lisboa a María Augusta Costa, su amante. Pero ella era un alma de Dios. No sabía nada de mafias ni cosa parecida. La necia pretención de Costello se debía a que la Costa era blanda arcilla en sus manos, y que podía manejarla a su antojo. Hay quienes afirman que Edson ejercía un poder hipnótico sobre esa mujer…

De los ahí presentes, nadie sabía que con dieciseis años, llegó María Teresinha de Madeira a Porto Moniz, sin un céntimo en el bolso, pero sí enteramente decidida a a conquistar el continente. La guerra había concluido, la paz sentaba sus reales. Buscaba liberarse del escarnio de que era objeto en la isla, al decir de sus coterráneos, quedada en cierto limbo que hay entre Hermes y Afrodita.

Miró directamente a los ojos del capitán de la nave, y con la más coqueta de sus sonrisas dijo que ella no llevaba ni dinero, ni qué comer durante el viaje, pero si recibía de él la ayuda necesaria, en llegando a su destino, la primera noche bajo el cielo lisboeta tendría su segura recompensa. Poco antes de tocar tierra, con la misma mirada y la misma fascinante mezcla de Hermes y Afrodita, dijo lo mismo al marinero que había observado más violento y menos escrupuloso. Añadió: -me siento indefensa ante el descarado acoso del capitán!

Desembarcados, en los alrededores de la aduana, corroídos los escrúpulos por un morboso deseo, capitán y marinero se entregaron a violenta disputa alrededor de  la prometida recompensa. El capitán cayó al suelo con una estocada mortal en el pecho; el marinero fue conducido a prisión por los corchetes. María Teresinha se adentró en Lisboa en busca de su destino. Era de baja estatura, no particularmente bella, ostensivo era sobre su labio superior, una muy bien delineada y sombreada peluza. Lo que sí la hacía sobresalir era un brillo libidinoso en los ojos, que cuando se apasionaban por algo, parecían salirse de sus cuencas.

Este era pues, el atributo decisivo de María Teresinha. Lo utilizó, para seducir a vecinos, amigos, allegados…, a que invirtieran irregularizadas cantidades de dinero en supuestas especulaciones financieras de baja calaña de las cuales era ella mediadora.

El poder de seducción no tiene porqué ser equivalente al olfato para los negocios. La realidad se comportó duramente. Tales transacciones no siempre resultaban en la recuperación gananciosa de lo invertido.

La abundancia de acreedores, llevó a la Gomes a cambiar constantemente de domicilio, de identidad, a disimular frecuentemente su verdadera apariencia; a ocultarse de antiguos conocidos. Dejaba tras de sí la dudosa estela de estafadora. Se vio acosada de, hasta cierto punto peligrosos enemigos. Por lo que se obligaba a contratar guardaespaldas disfrazados de choferes o jardineros.

En situaciones insostenibles tomaba el dinero recaudado; desaparecía simplemente para reaparecer tiempo después con historias fantásticas a fin de justificar la no devolución de lo puesto en sus manos.

Las exigencias variaban de tono según el demandante. No pocas veces se resignó a compensar con sexo pérdidas y deudas contraídas. Hombres y mujeres resarcidos de este modo quedaban sin embargo, sujetos a la voluntad de Teresinha, dominados por una suerte de hechizo que provocaba la excepcionalidad de sus dotes genitales.

En cuanto a los acreedores más agresivos, llegó ella a desarrollar la mortífera eficacia de eliminar dos de un tiro, con el mismo método con que se libró del capitán y del marinero de la nave que la trajo a Lisboa.

Cierto cerco se estrechaba alrededor de la embaucadora. Al parecer ello no la hacía temer, por el contrario, la excitaba.

Al frenesí que le causaron los tambores que anunciaban el carnaval de 1974, de acuerdo a las deducciones de Benedita Mota, se vio la Gomes completamente embelesada por un disfraz de militar de alto rango que se ofrecía en venta en la plaza del Rossio.

Llegado el carnaval vistió el traje adquirido. Desdobló inmediatamente a la personalidad de general de ejército. Salió a la calle en busca de amor; se prendó de la enfermera Joaquina Costa, a quien sedujo esa misma noche y de la que no se separó hasta un par de años después que conoció a María Augusta, sobrina de Joaquina, más dócil que su tía. Se dispuso a vivir con Augusta dos etapas más de su ambigua existencia: la de un versátil jurisprudente, y la de un agente de la CIA.

La venerable desdentada Benedita Mota, partera jubilada, que ahora servía café en la casa comunal, dedujo la personalidad de la Gomes en pocas palabras. –Casos similares, ayudé, no pocas veces, a venir a este mundo –expresaba casi con indiferencia –algún día tendrán que dilucidar tal razón de ser, los médicos endocrinólogos con el auxilio de juristas.

Nunca entendieron los contertulios, lo que quería decir la partera jubilada.

El resto de la historia es harto conocida.

Despechados por lo que consideraron total entrega a la sobrina de Joaquina en menosprecio de la mezcolanza de acreedores a la vez que enamorados de ambos sexos, que arrastraba la Gomes tras de sí, lanzaron sobre ella tal ofensiva que fue apresada y llevada ante el tribunal correspondiente. Se presentó al juicio sobria y elegantemente vestida de mujer. Lo que duró el proceso no apartó la vista ni un solo segundo del rostro de la señora juez. Pugnando por salirse de sus cuencas, brillaban sus ojos como ascuas encendidas. Humedecía sus labios antes de abrirlos con la voluptuosa indiferencia con que los pétalos de las magnolias se abren a la luz.

El veredicto fue condenatorio; pero la juez del caso, declaró en suspenso el cumplimiento de la sentencia, por tiempo indefinido.

Lobo Pardo

05
Mar
19

Mujer

Minúsculo pececillo

era yo

acogido en el remanso de tus aguas

Supe desde ahí que

costilla no eres mujer

Eres océano y se congregan

innumerables pueblos

en tu vientre

A tu llamado expulsan del poder tus hijos a tiranos,

o acuden mansamente los gorriones a picar

en la palma de tu mano

Nacen las alas de la rebelión

de tu plumaje irrepetible

Otras veces, callada,

anónima

y sola

te entretienes en tejer

el hilo que tus hijos

van desmadejando

En tus manos, el pan

De tus manos la obra

De tu garganta las palabras

En tu vasija, el vino

En tus labios el beso

En tus pechos….; recogido el néctar divino

y en tu vientre otra vez el mar

Deposito mi añoranza en tu regazo,

y vuelvo a ser el niño que asoma a la vida

Primero eres la selva que me atrapa en su maraña,

luego la estrella que me indica

el rumbo de salida

Bebo y bebo de tus fuentes de agua fresca,

pero mi sed persiste y persiste

Me alimento día a día

de tus nutrimentos,

pero el hambre de tí

ha hecho de mí

una extraña criatura insaciable

Piedra angular de mi biología

Punto de partida de mis rumbos cardinales

Tú,

arco para mis flechas

Robusto cimiento

de la casa en que habito

Surco en que siembro la semilla de mis perspectivas

He subido a tus vértices más altos

Presentí ahí la infinitud de los horizontes

Cuando bajé tus abismos más ignotos,

sentí temor a lo desconocido

Adivino en tus suculentas curvaturas,

la redondez de la tierra y de los astros

Se va el tiempo mío

igual que corre el agua entre tus dedos

Arquitecta de la cultura que redime

Flor de la esperanza.

Árbol que da cobijo

Lluvia para mis cultivos

Rocío de las madrugadas

Principio y fin de la existencia

Que alguna vez,

dice el Buda,

volveré de nuevo a dormitar en tus entrañas,

y que otra vez

volveré a prenderme de tus pechos

como un parásito feliz

No lo sé

Hoy no podría saberlo

Hoy es tiempo de reemprender la lucha

En antropófago trastornó el oligarca

y pretende devorar a tus cachorros

En los combates por venir

sólo hay cabida para la vida o la muerte

No hay ya lugar

para la indiferencia

Tú, oráculo de la profecía

Pitonisa de los vaticinios

Alfa y omega de mis presentimientos

Tú, el molde en que se funden las palabras

Hálito que me da la vida.

Señálame mujer con tu índice bendito

cuál es mi trinchera y mi lugar

en este nuevo campo de batalla.

 

Lobo Pardo




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