Arkiv för januari, 2018

21
Jan
18

La alternativa Qatar, o esconder la suciedad bajo la alfombra

Los reportes noticiosos son confusos. No está claro exactamente si es a partir de un ofrecimiento del gobierno de Qatar o de una petición del gobierno de El Salvador, que se abren conversaciones entre las cancillerías de ambos países, que tratan la posibilidad que contingentes de trabajadores salvadoreños viajen a este país árabe contratados temporalmente por alguna empresa. Los reportes dicen que el gobierno salvadoreño ofrece al qatarí mano de obra calificada. Es aquí en donde descubrimos el primer talón de Aquiles de esta política adoptada con vehemencia por el gobierno de nuestro país.

La actividad productiva de El Salvador se caracteriza por un serio déficit de mano de obra calificada. En estas condiciones no es buena idea invitar a trabajadores calificados a abandonar el país, puesto que esta fuerza, en términos laborales es el motor principal que da empuje a cualquier economía del mundo. Lo correcto sería crear condiciones adecuadas para que esta fuerza laboral encuentre su nicho al interior del país sumándose de esta manera a los factores que propician nuestro propio desarrollo.

Hay una cuestión más de fondo en este asunto. De las palabras dichas por el vocero presidencial de El Salvador se deduce claramente que la alternativa Qatar no está dedicada a apoyar a los miles y miles de salvadoreños que llegarán voluntariamente o deportados de EEUU, consecuencia de la hostilidad racista de Donald Trump. La alternativa Qatar está pensada para dar continuidad a una fatídica y vieja política del Estado salvadoreño: enviar al excedente poblacional a la incierta aventura de buscar en el extranjero el derecho humano básico que se le niega en su propio país: el derecho al trabajo justamente remunerado. Incierto decimos, porque el fenómeno de la globalización, globaliza además el desempleo y la falta de oportunidades en todo el mundo. En el extranjero se multiplican las dificultades de los salvadoreños para encontrar un trabajo digno y paga justa. El fenómeno es que los capitalistas propagandizan la globalización a la par que practican el proteccionismo. EEUU es el claro ejemplo. Promueven la libre circulación de capitales y mercancías, no así la libre circulación de las personas.

Dice el vocero presidencial: “…. la razón (de la política gubernamental), es abrir ventanas migratorias para el constante flujo migratorio que se desarrolla en El Salvador…”

Demuestra de esta manera el vocero presidencial que el fenómeno migratorio que en el caso salvadoreño está signado por la tragedia social y política que se vive en nuestro país, es visto por el gobierno actual como un hecho de lo más natural, no como un problema a resolver.

Hay más, el partido en el gobierno, quiéralo o nó, esta atado al compromiso revolucionario de abordar la grave problemática social de El Salvador desde el punto de vista estructural. Esto es, abandonar la política de colocar parches al sistema y acometer en cambio, la ardua tarea de renovar el orden imperante desde sus propios cimientos. En otras palabras, el vocero presidencial debería dejar en claro qué es lo que el gobierno está haciendo para que los trabajadores salvadoreños en lugar de emigrar, se queden a empujar la rueda de la economía en nuestro propio país.

En el terreno meramente discursivo en donde predomina la demagogia, los precandidatos areneros y la señora embajadora de USA, quienes adoptan la retórica de crear condiciones favorables al interior del país a fin de detener la emigración, se muestran revolucionarios a la par del conservador (por no decir reaccionario) discurso gubernativo.

El actual gobierno está actuando de manera similar a como han actuado los gobiernos de la derecha tradicional. Trata de aliviar la presión, de manera inmediata al caldero hirviente que es El Salvador, a cualquier costo, sin ningún plan de solución definitiva a mediano o largo plazo. Vivimos una época en la que, la estabilidad social exige que a todo salvadoreño respalde una pensión digna en la vejez. ¿Se ha pensado de qué modo a los salvadoreños que hipotéticamente viajarían a trabajar temporalmente a Qatar les protegerá una futura pensión en El Salvador?

El choque cultural tampoco es un fácil escollo a salvar. La experiencia laboral de los obreros salvadoreños en el marco del mundo árabe cuenta con precedentes. En tiempos del rey Faisal viajó un numeroso contingente de obreros salvadoreños a Arabia Saudí con el objetivo de sumarse a los miles de obreros extranjeros que levantaban sobre el antiquísimo asentamiento ubicado en la gran meseta de Hajr, la que sería nueva capital saudí, en medio del desierto arábigo. Pocos meses después regresaban en calidad de expulsados; la mayoría de ellos sin poder cobrar salarios adeudados. ¿Cuál había sido el problema? La cultura liberal del proletariado salvadoreño fue incapaz de someterse a las normativas impuestas por la Sharia, la ley dictada por Alá el único Dios, a Mahoma, su único profeta, la cual ley pertenece inalterable hasta el día de hoy, desde hace unos mil quinientos años. Los salvadoreños no podían salir de sus campamentos en su horas libres como deseaban, con el fin de tomar contacto con la cultura popular de Arabia Saudí; no podían beber cerveza los fines de semana; les estaba prohibido enamorar a las nativas; en los alrededores del campamento no había algo parecido a la Calle Celis de la Avenida Independencia de San Salvador; y lo que era aún peor, las leyes laborales del país anfitrión también estaban contenidas en la Sharia, por lo que no existía más contrato que el arbitrio de los patrones a quienes la misma ley de Mahoma faculta para imponer un régimen cuya única diferencia con la esclavitud es que se paga un salario al trabajador.

Qatar y el resto de países pertenecientes a la península arábiga viven un régimen silmilar regido por la Sharia, de igual manera que Arabia Saudí.

Sería prudente que el gobierno salvadoreño, antes de comprometer algún grupo de trabajadores al régimen de Qatar, consultara a gobiernos de países de mayor experiencia en esta materia.

De nuestra parte aconsejaríamos al canciller salvadoreño conversar este tema con el gobierno de Filipinas. Hace un par de días ha circulado en medios acreditados la siguiente noticia:

“El ministro de trabajo filipino Silvestre Bele, anunció la suspensión de permisos de contratación de trabajadores filipinos a Kuwait (vecino y de cultura similar a Qatar), debido a la alta tasa de suicidios entre los trabajadores del archipiélago que laboran en el país árabe. Protagonistas de esta alta tasa son ante todo las mujeres contratadas para el servicio doméstico. Esto se debe a las flagrantes violaciones a los términos contractuales pactados, a los malos tratos, arbitariedades y vejaciones de todo tipo, incluso reiteradas violaciones sexuales a que son sometidas, todo lo cual, aparentemente no es penado por las leyes kuwaitíes cuando se trata que la víctima es extranjera. Los trabajadores extranjeros de sexo masculino son tratados de igual manera”

Son centenares de miles de trabajadores en la península arábiga que soportan este régimen únicamente por la gran necesidad de enviar remesas a sus familias en sus países de origen.

Los salvadoreños de aquella época del rey Faisal, sin embargo se declararon imposibilitados de soportar tal régimen que eleva al cuadrado la crueldad de los regímenes miltares en su país de origen y antes de la guerra. Organizaron, primero una huelga y luego una gran insurrección que ya comenzaba a contagiar a trabajadores de otros países en ese país árabe, razón por la que fueron reducidos por las fuerzas armadas y policiales, saudíes, y luego deportados de nuevo al Pulgarcito, urgentemente y sin sus últimos sueldos cancelados.

Volviendo al principio. El parche de la alternativa qatarí con que el gobierno intenta remendar la trágica historia de la corriente migratoria de los salvadoreños hacia el exterior, no es otra cosa que esconder la suciedad bajo la alfombra.

Pablo Perz

19
Jan
18

Colapso

Esa mañana de febrero, se dejó oír gran estruendo en la periferia de la ciudad. Le siguió una suerte de movimiento telúrico. Había colapsado el subsuelo en amplio sector del vecindario del lado oeste. Un grupo de casas desapareció con enseres y habitantes, en un profundo cráter que se formó de repente.

Años enteros llevaron a cabo los vecinos, infructuosa gestión ante la alcaldía, las autoridades sanitarias, ante el  ministerio de obras públicas y gobernación… Sólo al presidente de la república les faltó recurrir para que el constante escape de aguas hediondas que sucedía en la calle fuese reparado. Ninguna instancia administrativa respondió a los requerimientos del vecindario. Ahora las autoridades se mostraban conmovidas ante las cámaras de la prensa y la television.

La situación político social no difiere gran cosa en los países llamados Triángulo Norte: de cada cien asesinatos y homicidios producto de la delincuencia, apenas dos son investigados suficientemente por el cuerpo policial, y solamente uno de ellos alcanza las instancias judiciales. Un porcentaje de miembros del cuerpo policial, en solitario o como parte del crimen organizado, delinquen con sus armas y medios de reglamento. Los mismos funcionarios públicos, desfalcan, estafan o roban dineros y recursos del Estado; algunos de éstos son sometidos a procesos judiciales, únicamente uno entre míl pasa a condición de convicto; en este caso las penas son muy benevolentes. El flujo de armas y municiones con que se delinque y asesina en gran escala es legalmente promovido y protegido por funcionarios de alto nivel. El poder judicial, teóricamente, referente moral de la nación, es incapaz de presentar convincentes descargos ante señalamientos de corrupción y favoritismo.

La noticia del colapso sucedido en el barrio, fue rápidamente opacado por la cobertura de una vorágine de acontecimientos que se dieron esa misma semana: tres funcionarios políticos fueron asesinados y calcinados en su automóvil por una banda de sicarios que a la vez son policías, uno de ellos, oficial de rango medio. Los hechores fueron capturados y en la cárcel, a la vez, otro grupo de sicarios, con suficiente influencia para moverse a voluntad al interior de los recintos carcelarios, les asesina a ellos. En pocos días se suceden varios asesinatos más que por sus características parecen tener relación entre sí. La policía se muestra incapaz de encontrar una sola pista. No son los únicos sucesos de violencia que se dan, pero son los únicos que alcanzan cobertura noticiosa. Hay un alto número de funcionarios estatales, que aparecen ante la opinión pública, como moralmente incapaces de tomar distancia de esos hechos.

”El Estado ha colapsado”, insistió con behemencia el editorialista del radio noticiero de las cinco de la mañana. Aclaraba que no era su opinión, sino la del Alto Comisionado de las Naciones Unidas Para los Derechos Humanos en el país, aunque el comisionado había utilizado la expresión ”Estado fallido”; según el editorialista, era lo mismo.

Antes de salir a vender periódicos, Natanael Karkaj escucha atentamente el noticiero. Toma desayuno: atol de maíz aderezado con frijoles y chile.

Heredó el oficio y el interés por la política, de su padre. A Natanael Como a su padre, le afecta la triple desventaja de ser indio, pobre, y tener dificultad de aprendizaje, consecuencia de severa desnutrición en la temprana infancia. Como su padre lo más cerca que podía mantenerse de la política era vendiendo periódicos.

–Ahora que la totalidad del Estado está colapsado –se dijo Natanael– la situación debería ser más catastrófica, de que cuando colapsó el vecindario del barrio, pero yo lo veo todo igual…, quizás sea porque cuando se llega al colapso del Estado, es igual que como dicen, se llega a la muerte, y el que se muere no se da cuenta que está muerto; sigue viviendo como si tal;  o también puede ser que me esté pasando como le pasa al pez, que como siempre ha vivido en el agua, llega a ignorar que vive en el agua; en otras palabras, nosotros, como siempre hemos vivido de esta manera, seguimos viendo todo igual, aún cuando la ONU opina que hemos llegado al colapso.

Lobo Pardo

 

 

08
Jan
18

¡MIRA LO QUE ME ENCONTRE!, ¡MIRA LO QUE ME ENCONTRE!

Cada vez que tengo tiempo y oportunidad aprovecho pasar por la librería que queda en mi cotidiano camino; ya que muchas veces ambas no coinciden, pero en esa ocasión se dio la coincidencia o tal vez solo fue un aviso corazonado. Uno nunca sabe lo que cada día se puede encontrar en su camino.

Me gusta pasar dando una mirada para ver qué hay de nuevo o de viejo bueno (clásico) en la estantería de libros en español. Y ¡miren lo que me encontré! ¡Miren lo que me encontré!… Por supuesto no fue “La medallita” a la que le cantaron “Los Corraleros del Majahual”. Encontrarse una medallita en una librería hubiera sido algo inusual. Lo que me encontré fue otro tipo de joya; fue la póstuma joya literaria de Carlos Fuentes, cuyo título es: “Aquiles o El guerrillero y el asesino”.

El libro que Carlos Fuentes comenzara a escribir después del asesinato ocurrido en abril de 1990 de su tocayo, Carlos Pizarro Leongómez, el líder del M-19, quien con audacia política y los riesgos de la humana ingenuidad, decidió cambiar las urnas por las armas. A Pizarro lo asesinó un joven sicario durante un vuelo de Santa Fe de Bogotá a Barranquilla, cuando Pizarro se dedicaba a su campaña electoral presidencial para el período 1990-1994.

El joven sicario que lo asesinó fue inmediatamente acribillado por los guardaespaldas de Pizarro, (aunque bien pudieron capturarlo) llevaba dentro de sus zapatos un papelito con un mensaje para que sus contratantes no olvidaran entregar los 2 mil dólares que le habían prometido, por tan cruel asesinato. ¡Qué tan poco dinero para asesinar tan valioso personaje! ¿Quién pudo meter el arma asesina y esconderla en los lavabos del avión de la compañía AVIANCA? ¿Cómo fueron burlados los detectores de armas y metales en un aeropuerto con tantas medidas de seguridad? Son preguntas que aún no han sido correctamente esclarecidas

Carlos Fuentes retoma el rol de los personajes de la Ilíada de Homero, para ir reconstruyendo la vida y muerte de Pizarro a quien le asigna el personaje de Aquiles y sus compañeros de lucha Ospina, Fayad y Bateman asumen los personajes de: Castor, Pelayo y Diomedes respectivamente.

Los herederos del legado literario de Carlos Fuentes – quien falleciera en el 2012 – siguiendo sus instrucciones testamentarias, rechazaron todas las ofertas editoriales para su publicación, hasta que el conflicto más largo de la historia latinoamericana diera algunas señales de estar en su final; y así lo hicieron.

La primera edición del libro dio a luz en junio del 2016 y su distribución recién ha comenzado. Para los que conocían de la existencia de estos originales – familiares de Pizarro, Fuentes y amigos cercanos de ambos – la espera de su publicación fue tan larga, que bien pudo escribirse dos novelas más: la primera, sobre la espera ansiosa del libro y la otra, sobre los complejos y antagónicos laberintos que han tenido que sortear las negociaciones de la ansiada paz de Colombia; de la cual aún no se pueden cantar glorias.

Sacándole tiempo al tiempo me devoré el libro en menos de una semana y lo he vuelto a releer, porque es un libro que me ha hecho comprender y entender al pueblo colombiano.

Cuando uno se traslada a vivir de un país a otro tiene la oportunidad de comenzar nuevas amistades y poder conservar las viejas. El mundo de las amistades se nos amplia. Buena parte de mis nuevas amistades son colombianos y siempre he querido y tratado de entenderlos. Intuitivamente me había imaginado, cómo eran, y quiénes eran ellos. Después de haber leído el libro de Carlos Fuentes, puedo afirmar que me he acercado a entender y comprender quienes son los colombianos.

La mayor parte de los latinoamericanos guardamos rasgos físicos muy parecidos y un pasado histórico y cultural semejante; pero aún con estos rasgos en común; cuando nos reconocemos y nos observamos unos a otros -entre latinoamericanos- notamos en nuestro interior, en nuestro yo colectivo, rasgos que nos hacen diferentes. Son esas pequeñas características culturales e históricas que moldean la nacionalidad, y que le dan una mayor riqueza y diversidad cultural a nuestro continente y su gente.

¿Cuáles son estas identidades y desigualdades entre latinoamericanos?

Para responder ésta pregunta Carlos Fuentes, en su libro se hace otras preguntas más, que a mi entender son fundamentales; y por supuesto cada quien tendrá sus propias respuestas: “¿Será cierto que los latinoamericanos sólo nos parecemos en lo bueno –la cultura, la lengua, la simpatía, el abrazo, la identificación misma- pero no en lo malo? ¿O será que sólo nos parecemos en lo malo y nos distinguimos cada uno, por lo bueno? ¿Son sus artistas lo mejor de América Latina? ¿O son todas las gentes sin nombre, los hombres hechos de «piedra y de atmósfera», «la raza mineral»? ¿Por qué nuestros artistas han sido tan imaginativos y nuestros políticos tan poco imaginativos?”

No he conocido gente más feliz y al mismo tiempo más resentida y amargada de su país que los colombianos. Ese país y su gente han vivido una larga tragedia, una vida invivible que los ha vuelto bipolares. Odian y aman tanto su tierra que cuando se les oye hablar de su propio país, se tiene la impresión de estar escuchando a gente de diferentes nacionalidades, como si estuvieran hablando de dos países diferentes, viviendo dos realidades distintas. “No hay nada en Colombia -le dijo Gaitán Duran- a Carlos Fuentes. No hay Estado, no hay nación, no hay memoria. Hay rencores vivos. Sólo hay amor y odio”

Los colombianos viven resentidos de su país porque testifican como se han cometido tantos y tantos asesinatos. Amargados por la facilidad con que se han truncada tantas vidas valiosas y humildes. Amargados por la inoperancia de un sistema judicial donde la justicia ha sido sinónimo de impunidad; amargados por la insensatez de su clase dominante y las interminables guerras en las que se ha derramado mucha sangre inocente y no inocente.

Pero también he podido conocer la otra cara de la moneda, la cara alegre de los colombianos. La cara de un pueblo feliz, que canta y danza una gran diversidad de ritmos y cantos; un país florido de músicos, poetas, escritores, cómicos y humoristas que los hace ser la gente más feliz y simpática sobre este planeta entristecido y en decadencia. Si existiera un felizometro -un aparato que midiera la felicidad de los pueblos- es seguro que el pueblo colombiano ocuparía uno de los primeros lugares en el ranking. Gozan de la bella biodiversidad de su naturaleza y una variedad de regiones con paisajes y climas agradables; en fin, son un pueblo que aún dentro de la marginación social a que ha sido sometido, puede disfrutar y deleitarse de su naturaleza y la belleza de su gente.

Pero los pueblos como las personas sienten, lamentan y lloran sus tragedias como lo peor que les ha ocurrido. Si pudiera comparar la tragedia de mi pueblo –El Salvador– con la del pueblo colombiano, ésta resultaría mucho más trágica y compleja que la de mi pueblo.

Colombia nunca tuvo paz. Algunos colombianos –de los que yo conozco- que residen en el extranjero han quedado asqueados y resentidos de tanta violencia, por eso reniegan de su país, han perdido la esperanza y no quieren saber de él. Otros, han conocido su tragedia, pero nunca la vivieron en carne propia. La dimensión del territorio, la exclusión de los asentamientos, privilegiando a unos y marginando a otros, ha hecho que los efectos y el drama de la guerra no se sientan de igual manera en todos los territorios. A estos les diría: “Ves que no es lo mismo verla venir, que dormir o vivir con ella”.

Desde que Colombia es Colombia son los campesinos y las poblaciones rurales y semirurales las que han cargado con el mayor peso de la cruel tragedia de sus guerras.

El paso del Siglo XIX al XX lo vivieron los colombianos enfrascados en “La Guerra de Los Mil Días”, (de octubre de 1899 a noviembre de 1902) guerra entre liberales y conservadores, con el resultado de más de 100 mil muertos. A causa de esta guerra entre colombianos y la alagartada política de los norteamericanos, Colombia perdió el istmo de Panamá y ya nunca más lo volvió a recuperar. ¿Cuánta más riqueza tendría hoy Colombia?

A mediados del Siglo XX, después del asesinato del Dr. Jorge Eliécer Gaitán, en una céntrica calle Bogotá, en abril de 1948, cuando éste se postulaba como candidato a la presidencia, con un fuerte apoyo popular, se desató una nueva guerra entre liberales y conservadores: llamada “La Violencia”. A causa de esta guerra, cerca de 200 mil personas murieron en los primeros 5 años.

La revista cultural “Mito” publicada en Colombia y dirigida por Jorge Gaitán Duran (amigo de Carlos Fuentes) denunció las atrocidades que se cometieron entre 1948 a 1958. Algunos críticos acusaron a Gaitán Duran de desprestigiar a Colombia, porque los contenidos de su revista minaban la imagen de Colombia como país “civilizado”…, “Sus críticos sabían perfectamente que éste tenía razón; que la violencia era la novia envenenada de Colombia, su vampiro de lodo. En vano porque la doble oligarquía colombiana, dos personas distintas, liberal y conservadora, y un solo Dios verdadero, el poder, no quería que acabara la Violencia. Quería que continuara, pero que no los tocara a ellos”.

Carlos Fuentes, redacta en su libro que una noche en México, dialogando con Gaitán Duran, éste le dijo lo siguiente: “En Colombia solo mueren los liberales y los conservadores si son pobres, si son campesinos. La Guerra se da en el campo. Los liberales y conservadores de las ciudades van a los mismos clubes, a las mismas bodas, se dan cita en la Plaza Athénée de Paris. El chiste dice, es que su única diferencia es que los liberales van a misa de siete y los conservadores a misa de ocho”

Desde 1948 hasta el presente, Colombia nunca tuvo un día de paz. Un pacto político entre liberales y conservadores puso fin a “La Violencia” en 1957, pero ya estaba preparado el camino para una nueva guerra, con el surgimiento de dos grupos guerrilleros: El ELN y Las FARC. Del primer grupo guerrillero fue Camilo Torres, primer sacerdote guerrillero, que muere en combate en 1964 y del segundo grupo es el legendario Manuel Marulanda Vélez, alias “Tiro Fijo” El guerrillero más veterano del mundo. El padre de Marulanda había sido uno de los cientos de miles de víctimas de “La Violencia”. Marulanda fallece en el 2008 a causa de un cáncer, no se conocen los detalles de su enfermedad, su muerte y sepultura.

En una ocasión, conversando con unos amigos colombianos sobre el conflicto de su país, les escuche hablar de “Los Falsos Positivos” ¿Cómo es eso? Me pregunte a mí mismo inmediatamente. Al instante que reflexionaba en mi interior, sobre esa extraña combinación de palabras. Para mí, ambas palabras son excluyentes la una con la otra. Luego entendí que en la jerga colombiana, fue una combinación de palabras que se convirtieron en terror y agonía.

En todas las guerras civiles suceden excesos de violencia y en casi todas ellas, siempre mueren inocentes, es decir, personas que sin ser parte del conflicto, mueren a

causa de errores o de excesos descontrolados de la violencia, -es decir sin tener vela en el entierro- pero de eso a volverla en política de exterminio para justificar logros en la guerra, eso rebasa los límites del concepto y de la ética militar.

Eso fue lo que pasó en Colombia cuando las fuerzas gubernamentales asesinaban a inocentes, acusándolos de ser parte de grupos guerrilleros, para justificar sus logros contra la guerrilla. Logros que tenían que ser justificados ante los financistas de la guerra contrainsurgente. Por supuesto, el Gobierno Norteamericano.

Carlos Fuentes dice que este tipo de políticas fue lo que llevó en una ocasión a decir a un General del Ejército Colombiano, el General Araujo: «Aquí nosotros decidimos quien es o no es comunista» mientras torturaba y violaba a una joven inocente, a quien vinculaban con el M-19 y falleciera a causa de las torturas.

Pero las guerras nunca vienen solas, en medio de aquel río revuelto de guerra insurgente y contrainsurgente, apareció el poder de los carteles de la droga. Los cultivos de la mariguana colombiana que tuvieron mucha fama y demanda en toda Latinoamérica y EEUU, en las décadas de los 60 y 70, dieron paso a un cultivo mucho más adictivo y rentable -el de la hoja de la coca- de la cual se produce el polvo de la cocaína y su reducto, la piedra o el crack.

A partir de la década de los 80 los carteles colombianos de la droga rápidamente se hicieron de un poder económico y político increíble. No hubo ningún colombiano –desde las más altas, a las más bajas esferas de la sociedad- que no fuera tentado, beneficiado o afectado por tal poder. Los carteles de la droga crearon sus propios ejércitos y llegaron a tener tanto poder económico que ofrecieron al Gobierno el pago de su deuda externa, a cambio que los dejaran continuar en su negocio. Este ofrecimiento ocurrió en tiempos en que los acreedores de los países desarrollados presionaban a toda Latinoamérica al pago de la insolvente deuda externa.

Los carteles de la droga se convirtieron en el “Rey Midas” de los colombianos, todo lo que tocaban se convertía en coca-dinero. Para bien o para mal, nadie estuvo al margen de los carteles. Muchos soñaron en componer sus vidas en este negocio, pero muchos también se la arruinaron para siempre. Nadie se salvó de ser tentado por los carteles de la droga. Allí se fueron las guerrillas, los políticos del gobierno y de la oposición, los militares, paramilitares, los banqueros y los oligarcas, los terratenientes y los campesinos y hasta las gentes más humildes se vieron atrapados por la violencia y el poder de los carteles.

Como resultado de esta confusa vorágine de violencia y enfrentamiento de poderes, Colombia se convirtió en lo que hoy llamamos “Estado Fallido”, un Estado que no es Estado, donde los poderes tiene que hacerse de sus propios ejércitos para defenderse los unos contra los otros. Así surgieron los paramilitares que se convirtieron en ejércitos privados de mercenarios, bandas criminales que vinieron a ponerle más leña al incendiario fuego del conflicto colombiano.

Después de 10 años de lucha insurgente los dos grupos guerrilleros surgidos a principios de la década de los 60 (ELN y FARC) no habían logrado impactar en la vida política y militar de Colombia. Como una tercera vía guerrillera a principios de los 70 se fundó el M-19, integrado por un sector radicalizado de la ANAPO (Alianza Nacional Popular) en protesta por las fraudulentas elecciones presidenciales que se llevaron a cabo el 19 de abril de 1970, en las cuales se le arrebata el triunfo electoral al populista General Rojas Pinilla. A este grupo radicalizado se le suman algunos miembros inconformes con el alineamiento pro-soviético de las FARC, es de allí de donde proviene Carlos Pizarro Leongomez.

Desde su surgimiento El M-19 dio muestras de ser un grupo guerrillero fuera de lo común, sin las ataduras ideológicas propias de los grupos de izquierda de los años 70. Una de sus primeras acciones fue posesionarse de la espada de Simón Bolívar que estaba resguardada en uno de los museos de Bogotá. Ese día divulgaron la consigna: “Bolívar, tu espada vuelve a la lucha” Esta acción abrió el camino para que otros partidos de izquierda latinoamericanos rescataran la imagen de Bolívar.

En 1989 desde la región del Cauca, el M-19 lanzó una proclama en la que decide abandonar la lucha armada. “Dejar las armas se ve como una locura e ingenuidad, sin embargo, elegimos hoy este camino porque estamos seguros que la gran mayoría de colombianos necesitamos la paz”… “En un país despedazado por tantas guerras y fracturado por muchos poderes, alguien tiene que empezar”. -dijo Pizarro.

El día 26 de abril de 1990 Carlos Pizarro, como candidato presidencial, tenía un día muy ajetreado. A primeras horas de la mañana sería entrevistado por un canal de TV y dos horas más tarde un mitin de campaña en la ciudad de barranquilla. “Ofrecemos algo elemental, simple y sencillo” -dijo Pizarro en la entrevista- “¡Que la vida no sea asesinada en primavera!” Esas fueron sus últimas palabras de esperanza, que hoy resuenan en el ambiente político de Colombia y que deberían ser tomadas en cuenta por aquellos que aún no creen que el dialogo y la paz, con todos sus riesgos, siempre serán una opción más humana que la bestialidad del asesinato y la guerra.

Julio Ortega, autor del prólogo del libro y amigo Carlos Fuentes dice que: “Fuentes siempre se adhirió a todas las revoluciones nacionales para terminar decepcionándose de cada una de ellas, que todas las revoluciones terminan fracasando –puede que tenga razón– pero añade a continuación que en ella se suceden momentos padres” (Hermosos),

La misma idea la diría un tantito diferente: Todas las revoluciones terminan fracasando, porque se espera mucho de ellas, despiertan expectativas tan ideales, llenas de utopismo, pero en su transcurso se viven los momentos más intensos de felicidad y de dolor humano, que se vuelve imposible sacarlos de nuestros recuerdos. Fracasan por lo mucho que esperamos de ellas y porque algunos de sus líderes terminan desprestigiándolas y liquidándolas. Eso es lo que hasta ahora nos muestra la historia.

El libro “Aquiles o El Guerrillero y el Asesino” me trajo recuerdos de los asesinatos de Darol Francisco Veliz (Manuel Hernández) y Mario López (Venancio Salvatierra) ambos fueron asesinados cuando la guerra salvadoreña ya había terminado.

Beto Sánchez




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