(EN EL CUARENTA ANIVERSARIO DE LA MÁSACRE DE TRELEW)
Según lo afirmado por destacados investigadores, es impropio atribuir a ciertas primitivas tribus germánicas, la invención de dotar de carácter religioso al instinto nacionalista. Ya lo hacían los romanos; antes de los romanos, los imperios que le antecedieron; y después de los romanos, los aztecas y los emperadores del Tahuantinsuyo.
Lo que sí puede atribuírse a esas tribus es la contemporanización de la mística nacionalista, agregándole actos de pedofilia, bestialismo, y otros ritos sexuales tendientes a demostrar que la cópula con perros policías, el orgasmo, como la fecundación y el alumbramiento de bebés en los límites de la tortura y los umbrales de la muerte, inducen al arrepentimiento, y llenan de humildad el espíritu de los que sobreviven para contarlo.
Debe atribuirse no a otra cosa que a un caso fortuito, el que haya habido un Germansson (asesor militar) en El Salvador, ofreciendo caramelos a los escolares que pasaban frente a su casa, como paso previo para adentrarles al misticismo de la pedofilia ritual, a la sombra de las cruces gamadas que decoraban su dormitorio; como caso fortuito es que pocos años después hubo un von Wernich (párroco y capellán de la policía bonarense), redimiendo almas al borde de locuras y muertes, por él mismo provocadas, entre otras formas, ejerciendo la ginecología experimental, trayendo al mundo y bautizando recién nacidos, para luego separarlos de la madre, en las cárceles clandestinas de el régimen de los generales.
La no pertenencia a un plan preestablecido, lo fortuito de estos casos queda confirmado en que nunca se encontró vínculo directo entre Germansson y von Wernich, y de ninguno de éstos, con los líderes de Colonia Dignidad en las afueras de Santiago de Chile, ni con los redentores de niños de la calle que actúan en Tailandia, Laos y Guatemala.
El único vinculo que se pudo establecer de el párroco von Wernich con Aribert Heim, fue una apología en verso compuesta por Wernich en honor al ”carnicero de Mauthausen”, que guardaba el capellán entre las páginas de El Viejo Testamento”. Tampoco se pudo establecer vinculación concreta entre el capellán de la policía bonarense, con los ”ángeles de la muerte”, aunque sí una suerte de vinculación espiritual, en el hecho que tanto von Wernich como Alfredo Astiz tenían como libro de cabecera, las anotaciones médicas de Josef Mengele, inventor de la cirugía mayor sin anestesia, como método de interrogatorio.
Hay entre aquellos destacados investigadores, algunos que opinan que tampoco lo agregado al ritual nacionalista por Wernich, Heim, Mengele o Astiz, es invento de las antesdichas tribus, lo cual se demuestra en que algunas de sus víctimas, fueron capaces de revivir antiguas doctrinas equivalentes, iguales métodos con simbología y ritos propios, para imponer su particular nacionalismo, en perjuicio de la tradición y comercializar su aplicación política a muchos gobiernos alrededor del mundo.
Estos otros investigadores postulan, que la aportación de las tribus mencionadas, está en haber redimensionado el ritual de la doctrina nacionalista, que languidecía obnubilada por el auge de los regímenes napoleónicos, para que esa doctrina no fuese a perder su carácter dual: político religioso, o de religiosidad de la política (el orden de los factores no tiene porqué alterar la naturaleza del producto).
Esta labor redimensionante tampoco tiene porqué estar exenta de humor.
Restar peso al drama, en beneficio del humor, es la intención de von Wernich, cuando se permite introducir la mano derecha bajo la camiseta de Luis Velasco, esposado y extenuado después de una sesión de tortura. Le acaricia seductoramente los pezones. En la izquierda, el capellán sostiene una biblia y un rosario. Dice con voz dulzona: –pobrecillo de tí! Te ha quemado, absolutamente todos los pelitos del pecho la picana… –Acerca sus labios al oido de Velazco y le susurra dramáticamente–: confiesa tu culpa! Denuncia lo que sabes, y serás perdonado!
El dramatismo del capellán, sin embargo ganaba todo terreno al humor. A las puertas de la locura Néstor Buzzi se arrodilla ante él con las manos esposadas hacia atrás, baja humildemente la cabeza suplicándole: –padre! Soy inocente! Interceda usted para que no me maten!–. Toma la biblia con ambas manos, la coloca sobre la cabeza inclinada de Buzzi. El capellán responde solemnemente: –de cierto, de cierto os digo…, que la vida de los hombres, como la tuya propia, la decide Dios y tu colaboración con las autoridades.
Da media vuelta von Wernich y sigue de largo con ceremoniales pasos muy bien estudiados.
Dos alumnos de policía llegan con sendos recipientes colmados con las sobras del comedor de los agentes. Es la hora del almuerzo para los presos políticos. En esas sobras se pueden encontrar desde huezos completamente mondados, semillas y cáscaras de avocado, hasta colillas de cigarros y escupitajos.
Cinco centros de detención tuvo a su cargo von Wernich.
Dirigiéndose hacia la calle, a continuar el periplo diario por esos cinco centros llamados en clave castrense, Cicuito Camps, en la puerta de la comisaría se encuentra con Elena Taybo. Ella le pide ayuda para conocer la situación de su hijo ahí recluído. El capellán preguntó a Elena cuántos hijos más tenía. –Cinco –respondió ella. Urgido como iba hizo un brevísimo alto para relatar a Elena una apretada versión de la fábula de la cabrita que ha perdido a uno de sus cabritos. Deja la cabrita en el redil a sus hijitos y sale a buscar al perdido. No lo encuentra, y al regresar encuentra el redil vacío. En su ausencia, los lobos han devorado a todos. –Moraleja –le dice, para terminar, el capellán–: devuélvete a tu casa, no vaya a ser que los pierdas a todos.
Al siguiente día no se entretiene mucho en el Circuito Camps. Pasa fugazmente entre los reclusos repartiendo consejos. “Los masajes son buenos después de la picana! A la falta de antibióticos, buenos son los orines en las heridas! El Estado es por la voluntad de Dios! Habeis aprendido la lección? Habeis obrado en contra de la obra del señor! Arrepentíos! El final está muy cerca de vosotros! Hasta mañana! Quedad con mi bendición!”
Mientras se encamina hacia la salida del recinto, se prepara para pasar frente a la celda de castigo, donde se hacinan los que han rechazado su consuelo espiritual.
Siempre que pasa frente a las rejas de esa celda, apretuja con ambas manos el libro de las escrituras y el rosario contra su pecho, camina solemne y pausadamente, inclina la cabeza hacia el suelo, cierra los ojos y se le oye murmurar con vehemencia: –malditos! Perded toda esperanza!
Esa semana sin embargo la dedicó, no al circuito, sino a contactar a los familiares de siete jóvenes estudiantes, de ambos sexos, para los cuales había un plan. Por haber obtenido de ellos cierto grado de colaboración, se les gestionaría pasaporte y exilio, con financiamiento a cargo de sus familiares. Cuando el último centavo exigido a esas familias estuvo en manos del capellán von Wernich, se ocupó personalmente de tramitar los siete pasaportes, pero en cada uno de los documentos, en el espacio donde irían las fotografías de los titulares (los siete chicos), se colocó la fotografía de un agente de la policía secreta.
Lo que sucedió en horas de la noche, ese día que los pasaportes estuvieron listos, años despúés que los hechos se transforman en difusos recuerdos, relata el ex agente de policía, Julio Emmed:
“Conducíamos a los siete en una camioneta de la brigada. Como se les había prometido exilio, al notar que no íbamos rumbo al aeropuerto comenzaron a hacer muchas preguntas. Para callarlos, von Wernich les conminó: –silencio! No interrumpais! Estoy rezando por vuestras almas!–. Entonces cundió la rebelión entre ellos, y como no queríamos disparos los atacamos con las cachas de las pistolas y las culatas de los fusiles. Fue una sangría! El interior de la camioneta quedó absolutamente teñido de sangre. Debo decir que nunca estuvimos en peligro de perder el control de la situación, porque ellos estaban esposados, y al final fueron reducidos. Todos ellos habían perdido el sentido. En un descampado de las afueras de Buenos Aires, los bajamos de la camioneta y les tiramos al pasto boca arriba. El médico que nos acompañaba aplicaba a cada uno de ellos la inyección de un líquido rojizo directamente en el pecho a la altura de el corazón. Al notar extenuado al médico, el capellán von Wernich se ofreció voluntariamente a ayudarlo y aplicó la inyección a los últimos dos que restaban. Volvimos a cargar los ya cadáveres a la camioneta y nos fuimos a entregarlos a otro personal que nos esperaba en Avellaneda.
Luego de eso nos dirigimos a la jefatura de la policía donde nos esperaba el Comisario General, quien nos invitó a bañarnos y a cambiarnos de ropa, porque estábamos, como carniceros, con sangre hasta en las pestañas.
Antes que nuestro grupo de tarea partiera a descansar, nos reunió el capellán von Wernich, en una improvisada capilla al interior del recinto, nos leyó unos pasajes del viejo testamento, nos arengó diciendo que nuestras tareas eran necesarias, bienaventuradas y benditas, porque estábamos salvando al Estado y a la patria que son obras de Dios. Tomó la biblia y el rosario con su mano izquierda, con la derecha trazó ante nosotros una gran cruz en el aire y nos dijo muy emocionado: –recibid en lo más profundo de vuestros esforzados corazones, la bendición de Dios todopoderoso! Podeis ir en paz!– Entonces salimos a la calle y fuimos a beber unas cañas, para relajarnos, en el estanco donde solíamos hacerlo”.
Lobo Pardo